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¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?

La frase mítica de Groucho Marx se ha terminado convirtiendo en un predictor a futuro de lo fácil que es convencer a alguien para que piense como tú.



Hoy vamos a hablar de un fenómeno muy especial que observamos en un tipo concreto de personas. Es un fenómeno cada vez más corriente, y que genera no pocos problemas.


Es una especie de ceguera selectiva que impide a las personas ver ciertas cosas, al mismo tiempo que sí ven otras, que quizás ni siquiera existan. Aquí se entremezclan la influencia de unas personas sobre otras, la obediencia a las figuras de autoridad y la voluntad de los individuos de no querer ver más que lo que otros les indican que vean. Hay una obvia tendencia al borreguismo en el ser humano, cada vez más acentuada, que alcanza su máxima expresión cuando el borrego afirma que ve cosas donde no hay nada, solo porque otro individuo le ha convencido de que así es.


La mecánica comportamental que implica el fenómeno del que vamos a hablar hoy se asemeja a la triangulación narcisista que describen algunas escuelas psicológicas (Watzlawick, Paul; Weakland, John H., 1977). Digamos que la base es la misma, por la que la triangulación nos vale a efectos explicativos, pero aquí vamos a hablar más de la actitud de la tercera persona en discordia.


La triangulación sería un tipo de manipulación psicológica en el que hay tres partes involucradas. Dos de las partes estarían en conflicto y una de ellas apela a un tercero, en principio ajeno al conflicto, para que lo apoye. Esto es la base de la triangulación narcisista, pero, como digo, aquí vamos a hablar de una variante, centrándonos más en el rol de la tercera persona. En el caso que vamos a describir aquí, es posible que no haya siquiera un conflicto entre las dos partes iniciales. Se trata solo de una persona que habla mal de alguien, con una tercera persona. Es decir, difamación pura. Partimos de la base de que, en tanto que difamaciones, son falsedades creadas con la intención de hacer daño.


Pongamos un ejemplo sencillo para que todo el mundo entienda de qué hablamos:


Imaginemos que la persona A le dice a la persona B que la persona C es naranja, siendo que ser naranja es algo considerado malo, negativo, ridículo o etc. La persona B se cree lo que le cuentan, aunque no conoce de nada a la persona C. En los días siguientes la persona B puede incluso acercarse a hablar con la persona C para reforzar su creencia sobre lo muy naranja que es y confirmar sus sesgos pre-plantados en su cabecita por la persona A. Y aquí da igual lo que sea en realidad la persona C. Para la persona B, la C es naranja y no hay más que hablar. Aunque todo en la persona B grite que no es naranja, sino azul, la persona B no verá nada azul en ella, seguirá viéndola naranja, y se irá convencida de haber comprobado lo muy naranja que es la persona C. El borreguismo puede llegar incluso al extremo en que la persona B se crea con derecho a interpelar a la persona C por ser tan naranja, lo cual puede llegar a generar situaciones confusas e incluso ridículas. Aunque si hablamos de algo serio la situación se puede complicar para la persona C, supuestamente naranja, pero muy azul en realidad.




Y es que la difamación es muy peligrosa, pero sobre todo por el efecto que parece tener en las terceras personas a las que los difamadores usan. Esta estudiado en psicología social que, cuando la información que conocemos de una persona tiene elementos positivos y negativos a la vez, los negativos tienen una mayor importancia en la impresión formada. (Anderson,1965; Hamilton y Zanna, 1972; Hodges, 1974). Una impresión negativa es más difícil de cambiar que una positiva. Esto es lo que hace que una vez que te han difamado puedas pasar el resto de tu vida con ese estigma que puede incluso ser falso.


Los expertos explican este sesgo apelando a la supervivencia. Según ellos, nos centramos más en lo negativo porque esto nos puede ayudar ante un enemigo con malas intenciones. Yo lo explico de una forma mucho más sencilla y honesta: Nos centramos más en lo negativo porque entre las emociones más fuertes que nos mueven a las personas están la envidia y la mezquindad. Reconozcamos que hablar mal de otros nos produce cierta sensación de placer. Que venga una persona a hablarte mal de otra es satisfactorio para muchos. Y esto no tiene nada que ver con la supervivencia, sino con los bajos sentimientos que muchos practican. Esto está vinculado a lo que llamamos Sesgo de Disconformidad, es decir, la tendencia a aceptar sin crítica aquella información que es congruente con tus creencias o con tus valores. O, en este caso con tu falta de valores. Es decir, si lo que a ti te mueve en la vida es la envidia y viene otra persona a hablarte mal de alguien a quien envidias tenderás a creerte absolutamente todo lo que te cuenten porque eso es congruente con tus emociones y tus valores, es decir, la envidia que tú practicas.


Esta forma de actuar se puede aplicar a cualquier contexto de la vida. Por ejemplo, alguien puede venir a mi página web porque le han dicho que yo soy una persona racista, o machista, o feminista radical que odia a los hombres. Entonces, esta persona se acerca a mi espacio con sus ideas preconcebidas sobre mí. Y es importante recalcar que si a esa persona no le hubieran hablado de mí probablemente nunca habría llegado por sí misma a mi página web. Es decir, hablamos de manipular a una persona como si fuera una marioneta. El borreguismo humano llega hasta el extremo en que los que mueven los hilos de otros condicionan sus decisiones, sus movimientos y el empleo de su tiempo. Aquí esta persona ya está poniendo una energía y está invirtiendo su tiempo en venir a comprobar si lo que le han dicho de mí es cierto. En realidad, no va a comprobar nada, ya tiene su idea hecha; solo viene a plantar su miseria en mi espacio. Imaginemos que esta persona lee alguna entrada en mi blog o que escucha algún podcast, pero como viene con sus ideas pre-plantadas en su cabecita, nada de lo que escuche o lea le va a hacer cambiar la opinión que ya tiene formada de mí, e incluso se atreverá a dejarme un comentario afirmando lo muy racista, machista o feminista que soy, aunque nada de lo dicho por mí albergue el más mínimo resquicio de ninguna de estas cosas.


Da igual cómo argumentes con esa persona, ya tiene su idea creada sobre ti y no vas a hacerle cambiar de opinión. Si le pides explicaciones, te argumenta con las mismas frases que oyó a quien le convenció de que tú eres esas cosas. Es decir, ni siquiera son capaces de crear sus propios argumentos, opiniones o alegatos. Son la esencia del borreguismo más puro, y están por todas partes.


A escala nacional o mundial se puede usar este efecto para manipular a poblaciones enteras, y de hecho se hace, con mucho éxito. En los noticieros se hace todo el tiempo. No solo a nivel de programas de prensa rosa, sino en los programas supuestamente informativos. Nos cuentan que un médico les da de beber lejía a sus pacientes para curarlos y nos lo creemos. A partir de ahí, ya nos creemos con derecho a entrar en el espacio de este médico a espetarle en la cara que es un mal médico, o incluso un asesino que le da lejía a sus pacientes.


Cualquier rastro de raciocinio o juicio lógico se va al carajo, si es que alguna vez existió. La aplicación de la lógica ante las premisas que nos presentan a diario es inexistente. El ser humano ya no piensa, si es que pensó alguna vez. Imagina lo fácil que es crear un cabeza de turco a base de mentiras, contra el cual la borreguería pueda descargar toda su rabia. En realidad no hace falta imaginárselo, lo vemos a menudo.


Aquí hay varias cosas que tener en cuenta cuando hablamos de este fenómeno. Por un lado, hablamos de la obediencia a la autoridad, esa tendencia a seguir al líder, o en su defecto, a cualquiera que tenga un mínimo de autoridad dentro del grupo. Y esto se hace así, independientemente de los argumentos racionales que uno tenga en contra de las decisiones del líder. Con respecto a la falta de autoridad de la población mundial actual se podrían escribir libros. El problema es tan grande hoy día que hay millones de adultos en el mundo que ni siquiera comprenden lo que significa la palabra autoridad; no saben de qué les hablas cuando les indicas que hay que tener algo más de autoridad para andar por la vida. Ni siquiera comprenden el significado de la palabra, o lo confunden con soberbia o con el manido empoderamiento con el que espolean hoy a las mujeres. El resultado triste de todo esto es que cualquier imbécil puede tener autoridad sobre un rebaño entero de seres humanos: todos aquellos incapaces de tomar decisiones por sí mismos, o siquiera de tener una opinión propia de las cosas. Se mezclan la falta de autoridad y el exceso de borreguismo. Y aunque aquel que ha venido a hablarte mal de otra persona sea un idiota consumado, si tú eres más idiota que él, tendrá autoridad suficiente sobre ti como para convencerte de que lo que dice es verdad.



Lógicamente, hay también en estas personas una considerable falta de responsabilidad por sus propios actos. Ese es el problema, el imbécil no tiene autoridad para decidir por sí mismo, pero justamente, basándose en eso, en que no ha decidido por sí mismo, se despojará de la responsabilidad sobre sus propias acciones con la misma facilidad con la que se quita la chaqueta. Imaginemos que un día llega alguien a tu casa, y es alguien a quien tú no has invitado. Ha venido aleccionado por otra persona que le he hablado mal de ti. Esa persona entra en tu casa y, literalmente, defeca en medio de tu salón. Y una vez que ha hecho esto se marcha. No le pidas explicaciones ni le pidas responsabilidades. No te va a dar nada de eso. Es sólo un robot, y como tal, no se hace cargo de su comportamiento. Yo soy solo un mandao.


Es difícil ayudar a estas personas a abrir a los ojos. Si uno intenta que dejen de seguir a otros como borregos y que empiecen a pensar por sí mismos, te arriesgas a que te acaben siguiendo a ti de la misma forma, y que terminen repitiendo tus palabras igual que anteriormente repitieron las de otro. Puedes hacer que cambien de dueño rápidamente, como también cambiarán de opinión si de repente aparece alguien con más autoridad que el anterior y que piensa de una forma diferente. Pero nada de esto no significa que vayan a empezar a pensar por sí mismos.


Hay que reconocer lo fácil que resulta poner a un imbécil a tus órdenes, sí esa es tu intención. Al mismo tiempo, las personas de buena fe tenemos un grave problema a la hora de lidiar con estas personas. Por todo lo explicado aquí, y además porque son mayoría. Ya hemos hablado de la estupidez humana en otro podcast y explicábamos hasta qué punto es un problema grave para la humanidad.


Estaría bien que los psicólogos, en lugar de seguir perdiendo el tiempo hablando de tonterías, como la autoestima, comenzaran a pensar en las diferentes fórmulas que podemos desarrollar para educar a las hordas de borregos irresponsables que comenzamos a tener en el mundo. Este es un problema de todos y entre todos tenemos que arreglarlo.

Puedes escuchar el podcast correspondiente a esta entrada aquí.


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