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De cómo la ley acaba ayudando a los pederastas

La judicatura es a la vez reflejo y causa de las múltiples dificultades con las que se encuentran las víctimas de abusos sexuales cuando se atreven a denunciar.



En esta entrada me voy a basar en un caso real que me ocurrió, para explicaros la actitud del sistema judicial ante la problemática de los abusos sexuales. Aquí se va a hacer evidente la ignorancia de la judicatura (y de los supuestos expertos) en todo lo que respecta a los abusos y la peligrosidad que conlleva para los menores. Va a quedar patente también la cuadratura de la ley y hasta qué punto puede llegar a ser negligente con los problemas que afectan a la infancia. Esta entrada encuadra dentro de la categoría de la Criminología porque es algo que le interesa sobre todo al criminólogo y al perito.


Para el máster en Criminología que realicé hace un año hice unas prácticas en un gabinete de psicología jurídica. Me interesaba trabajar en un gabinete de este tipo porque lo que yo buscaba era ser perito judicial experta en abusos y en este gabinete me entregaban casos sobre abusos sexuales para que yo trabajara con ellos. Para quien no lo sepa, un perito es un experto al que pueden contratar las partes en un juicio para que presente documentación a favor o en contra del acusado, desde su punto de vista de experto. Por ejemplo, como perito experto en abusos, presentarías informes psicológicos y otra documentación para probar que han ocurrido unos abusos y para valorar la peligrosidad del presunto pederasta. Se te permite además hacerle algunas recomendaciones al juez, teóricamente…


Uno de los casos con los que tuve que trabajar era el caso de una señora que había denunciado a su cuñado porque este había abusado sexualmente de su hija, presuntamente. El caso era antiguo, ya estaba juzgado y a mí se me solicitaba que hiciera mi propio informe de valoración para ver cómo haría yo para presentárselo al juez. El presunto pederasta tenía tres hijas y luego tenía una sobrina de la que presuntamente había abusado. La niña se lo contó a su madre y la madre denunció inmediatamente.


Después de estudiar el caso y exponerlo, mis recomendaciones al juez, entre otras, eran que se realizaran exámenes psicológicos a las hijas del presunto pederasta para descartar que ellas también hubieran sufrido abusos sexuales. Y esto se recomendó así porque los pederastas suelen ser promiscuos y no se conforman con una sola víctima. De hecho, los propios hijos suelen ser las primeras víctimas. Por esas razones, existía un riesgo bastante grande de que las hijas del denunciado hubieran sido, o estuvieran siendo aún, víctimas de abusos. Para evitar eso se me ocurrió solicitar que se hicieran pruebas también a las hijas.


Pues, cuál fue mi sorpresa, cuando me explican mis profesoras que no puedo hacer ese tipo de recomendaciones. Al perito no se le permite que haga comentarios de tipo “se recomienda que se interrogue al resto de menores en el entorno del denunciado porque hay probabilidades de abusos anteriores”. Esto no se permite porque para hacer tu trabajo de perito te tienes que ceñir a las evidencias que tienes delante, a la documentación y a los resultados de las pruebas que se le hayan hecho al individuo. Puesto que lo que se juzgaba eran los abusos a una menor, no cabe presumir que otras menores hayan sufrido lo mismo. En pocas palabras, te tienes que ceñir a la ciencia. La cantinela que prevalece en peritaje es que “hay dos cosas sobre las cuales se tiene que basar tu trabajo como perito: la ciencia y la ley”. Todo lo demás no cabe en un informe pericial.


En términos victimológicos, lo que esto supone es que si, como sospecho, las hijas del presunto pederasta también habían sufrido abusos, nadie se va a ocupar de ellas. Entendemos que el juez no sabe nada de abusos, el juez sabe de leyes y para eso llama a los peritos, para que estos le den la información que necesita sobre lo que se está juzgando en particular, en este caso unos abusos sexuales. Y no le pedimos al juez que sea un experto en abusos, pero aquí es donde queda de manifiesto la inutilidad del sistema judicial frente a la realidad de los abusos sexuales. No solamente los jueces no saben nada sobre esto, sino que da la sensación de que tampoco quieran saber. Se entiende que cuando se está juzgando a una persona por un caso en concreto no es justo juzgarle por algo diferente que no viene al caso, y no se pretendía tal cosa, pero también se entiende que la problemática de los abusos sexuales es muy compleja y no se puede reducir solamente a lo que dicen unos informes concretos en un momento puntual. El hecho de censurar al perito de esta forma es como ponerle una mordaza. Si el perito no puede expresarse con libertad y no puede explicar todo lo que conlleva una denuncia de este tipo es como echar tierra sobre las víctimas y redundar en la actitud de la sociedad frente a los abusos, esto es, mirar para otro lado y seguir permitiendo que ocurran.


En el 2014 la gimnasta olímpica Gloria Viseras denunció por abusos sexuales al que había sido su entrenador durante su infancia. El juicio no se pudo llevar a cabo porque los hechos habían prescrito y ya no era denunciable: el juez no aceptó el caso a trámite. Ante esta negativa, Viseras le solicito al juez que investigara a las niñas que habían trabajado con su entrenador en las generaciones siguientes, en particular a las niñas que aún estaban entrenando con él. Y lo hizo por las mismas razones que vengo explicando aquí. Porque Gloria sabía que había más víctimas, porque entiende cómo funciona el pederasta. Desgraciadamente, el juez también le denegó eso. Con una simple orden judicial se podría haber salvado a muchas niñas de sufrir abusos, presuntamente, pero a este juez tampoco le importaba el bienestar de las víctimas. También se habría podido hacer justicia, porque de haber encontrado más víctimas cuyos abusos no hubieran prescrito, el presunto pederasta habría ido a la cárcel, que es donde debería estar. Uno solo puede imaginar cuántos casos como este puede haber ahí fuera.


Lo más peligroso para las víctimas de abusos sexuales es la actitud de la sociedad al completo, que se fundamenta en una serie de creencias falsas y muy dañinas. Por ejemplo, en el caso que estamos describiendo aquí, una de las cosas que llamaban la atención del caso era que el denunciado dormía con sus hijas en la misma cama con ellas. Es decir, dormía con su mujer, pero de vez en cuando se cansaba de estar en la cama con su mujer y se iba a la cama de alguna de sus hijas. Y esto era pertinente porque cuando la sobrina sufrió presuntamente los abusos fue un día que se había quedado a dormir en casa de sus tíos y este terminó metiéndose en su cama para dormir, supuestamente. Por otro lado, cuando su cuñada lo denunció y empezaron a entrevistarle los psicólogos una de las cosas que afirmaban en su defensa era que él no había bañado a sus hijas prácticamente nunca y que eso era cosa de la madre. Vemos reflejados en este testimonio muchos de los prejuicios y creencias falsas sobre la infancia y sobre los abusos sexuales, que también padecen los peritos que atendieron el caso, que se supone que eran expertos. Cualquier padre y madre con dos dedos de frente entiende que es más íntimo dormir con tus hijos que bañarlos. Los padres normales del mundo bañan a sus hijos pequeños y entienden que no pasa nada por eso. Sin embargo, no duermen con ellos. Las personas con sentido común saben dónde están los límites con los niños y entienden que dormir con un menor es mucho más íntimo que bañarlo. Aquí no hablamos de dormir con tu hijo un día porque tenga miedo o porque haya un hecho excepcional. Todo el mundo entiende que se pueden hacer excepciones, pero no hablamos de eso.

El hecho de que un acusado de pederastia se defienda diciendo que no bañaba sus hijas pero que dormía con ellas lo retrata como lo que es en realidad. Lo que marca la diferencia para ellos entre dormir y bañar es que cuando metes al niño en la bañera está desnudo. Y él insistía en que eso lo hacía a su mujer apelando a que eran cosas más íntimas porque las niñas en la bañera estaban desnudas. Sin embargo, con la misma lógica retorcida del pederasta, afirmaba tranquilamente que dormía con sus hijas en la misma cama. El propio pederasta comparte el prejuicio según el cual bañar a las niñas sería un precursor, o una pista o una evidencia de que es un pederasta, cuando en realidad los padres normales bañan a sus hijas e hijos sin problemas (pero no duermen con ellos). En toda la documentación del caso se sentía que el pederasta sentía miedo y que tenía que eliminar evidencias continuamente. Intentaba ponerse en el lugar de su interlocutor para comportarse de la forma que cree que haría un ciudadano normal, sin darse cuenta de que está cayendo en un prejuicio pederasta.


Lo vergonzoso es que ninguno de los peritos señalara nada de esto en defensa de la niña. A los propios peritos les parecía normal que un hombre adulto duerma con sus hijas y con su sobrina. Fue una baza extraordinaria que no supieron jugar, y nos da una idea de hasta qué punto están mal formados los psicólogos sobre la pederastia y el daño que todo esto les acaban haciendo a los menores. Todo el caso fue una auténtica chapuza. Es uno de esos casos de cuyos resultados se congratulan los pederastas y sus abogados argumentando que la víctima es el hombre al que una mujer le ha puesto una denuncia falsa.


Solo basta señalar un pequeño detalle sobre los testimonios de las víctimas, para entender de qué hablamos: muchas víctimas de abuso reportan que su padre (el pederasta que abusaba de ellas) dormía con ellas. Sin embargo, muy pocas de ellas reportan que además las bañara. Es más íntimo dormir que bañar. Además, la madre está más pendiente del baño y durante la noche el pederasta tiene más opciones porque la madre duerme.


La aplicación de la ley es un arma de doble filo. La ley per se es cuadriculada, limitada y limitante. Es un arma retorcida contra la que no puede luchar el ciudadano medio, cuando debería ser un instrumento para ayudar a la ciudadanía. El juez debería estar al servicio de las víctimas, no de los victimarios, y no se debería prohibir a un perito pedirle a un juez que fuera un paso más allá en su deber. No debería de haber límites en la aplicación de la ley, puesto que para el delincuente no hay límites. El delincuente no cumple las normas, no tiene moral ni ética y, por lo tanto, tiene un auténtico libre albedrío y una libertad sin límites. Por su parte, la ley sí actúa en base a la ética, pero, precisamente por basarse en la ética, tiene sus movimientos muy limitados por tener que ceñirse solo a lo que está escrito. La ley es tan poco flexible que acaba siendo una trampa para los que actúan dentro de su marco. El ciudadano que cumple la ley no tiene la libertad que tiene el violador.


Tiene que haber una forma mejor de hacer las cosas si queremos proteger la infancia. No me refiero a crear nuevas leyes, tenemos leyes de sobra. Me refiero a la forma en que se aplican esas leyes y sobre todo al funcionamiento del sistema judicial que es retorcido, deficiente e inútil en demasiados casos. La cuadratura de la ley es uno de los problemas que hace que la vida en sociedad no funcione, luego, es muy importante que el sistema judicial funcione bien. Personalmente después de lo que he visto no creo que eso sea algo fácil de hacer, creo más bien que habría que tirarlo todo y empezar desde cero con otro tipo de sistema en mente, pensando en el bienestar de la ciudadanía, algo que hoy no se hace. Lógicamente esto es un trabajo que tenemos que hacer entre todos.


Puedes escuchar el podcast correspondiente a esta entrada aquí.


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