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El sistema de supervivencia en los humanos

Nuestro extraordinario sistema de supervivencia se pone en marcha en toda situación de amenaza para nuestra vida.




Siglos de evolución en entornos hostiles han ayudado a desarrollar en nosotros un sistema de supervivencia que nos ha permitido llegar hasta aquí. Es extraordinario comprobar cómo se activa nuestro sistema nervioso para hacer frente a la amenaza, y la precisión de su funcionamiento.

Aunque este sistema de supervivencia se pone en marcha en toda situación de amenaza real para nuestra vida, incluyendo los fenómenos naturales como los terremotos o los tsunamis, aquí vamos a explicar cómo se despliegan los diferentes recursos que nos ayudan a sobrevivir específicamente en situaciones de violencia interpersonal, es decir, agresiones, peleas, violencia en general, etc.

El sistema humano de supervivencia se descompone en una serie de mecanismos que llamamos recursos, siendo el primero que se activa el llamado de lucha y huida. Este recurso funciona de la siguiente manera: Nuestro cerebro alberga una estructura cerebral que se llama amígdala, que es la encargada de dar la señal de alarma cuando nos encontramos en una situación de peligro. Al percibir el peligro la amígdala se activa y entra en contacto con el sistema neuroendocrino. El sistema neuroendocrino libera entonces al torrente sanguíneo las hormonas adrenalina y cortisol, que ayudan a activar la musculatura y a poner en marcha el cuerpo. El objetivo de esta secreción de hormonas es la de generar la energía necesaria para poder luchar para defendernos o bien correr para poder huir. Si las circunstancias nos lo permiten, invertiremos esa energía para intentar huir y, de no poder huir, lucharemos como podamos contra nuestro oponente.

Habrá situaciones en las que no sea posible ni luchar ni huir, principalmente en aquellas de agresión interpersonal, porque nuestro oponente sea más fuerte que nosotros, o porque nos ganan en número o porque tienen un ascendente sobre nosotros y hemos aprendido que tenemos que obedecer. Esto se ve sobre todo en víctimas que ya han desarrollado indefensión aprendida.

Cuando no es posible huir ni luchar lo más común es que nos disociemos. La disociación consiste en una separación de las estructuras cognitivas que normalmente están unidas. Es un estado alterado de conciencia al que nos lleva nuestro sistema de forma automática cuando la experiencia sobrepasa el umbral de tolerancia personal al estrés. Que una víctima de agresión acceda a no luchar porque haya entendido que es más seguro no hacerlo no significa que no se vaya a disociar. La experiencia puede sobrepasar el umbral de tolerancia al estrés tanto si hay violencia física o resistencia, como si no, lo cual significa que puede darse la disociación de igual manera.


El orden de activación de estos recursos no es matemático, y por lo tanto una persona puede disociarse en el momento en que su amígdala percibe la amenaza, y poner en marcha conductas de lucha o huida estando ya disociada.

Al disociarnos el cerebro queda, por así decirlo, en modo supervivencia. Dependiendo del grado de disociación encontraremos más o menos estructuras funcionando normalmente. En los grados más profundos quedan activadas exclusivamente aquellas estructuras que nos permiten seguir respirando y que tu corazón siga latiendo. Sería un estado que llamamos muerte fingida, en donde todo el sistema se paraliza y aparentamos estar muertos.


La disociación puede llegar a ser permanente cuando las experiencias traumáticas son recurrentes y el recurso habitual es la disociación. Es lo que llamamos Disociación Estado.

La disociación lleva a la desconexión del sistema sensorial, y esto ocurre para que no tengas que ver, oír, oler o sentir lo que ocurre a tu alrededor. Una vez que la experiencia termina estas estructuras cerebrales vuelven a unirse y vuelven a su funcionamiento normal, es decir, el cerebro se integra, el estado disociativo termina y, a todos los efectos, es como si la experiencia no hubiera ocurrido. Con el paso del tiempo se puede volver a recordar la experiencia de forma total o parcial.


“Si te preguntas por qué reaccionaste de maneras que puedan parecerte extrañas ante eventos estresantes o traumáticos de tu vida, debes tener en consideración que quizás estabas llevando a cabo, de forma automática, un recurso de supervivencia que se puso en marcha para salvarte la vida, y que quizás, si hoy estás vivo, fue gracias a aquello...

La congelación es otro de los recursos de supervivencia de los que disponemos. Esta congelación es una inmovilización completa de toda nuestra musculatura, que queda rígida, como congelada. Es una reacción puramente instintiva que poseemos desde que éramos animales y que, de hecho, podemos ver aún en muchos de ellos. En la literatura sobre trauma se describe la congelación en los animales recurriendo a la figura del ciervo que se queda paralizado ante los faros de un automóvil al intentar cruzar una carretera. ¿Por qué se queda paralizado ese animal? ¿No sería más inteligente correr? Dependiendo de la percepción del peligro, su sistema nervioso decidirá lo que es más seguro en cada momento, y los faros de un automóvil son suficientemente amenazantes para un animal, que no sabe siquiera a qué se enfrenta, como para que se dispare automáticamente el recurso de la congelación. Ocurrirá igual con las personas cuando, llegados a un punto extremo de elevación del estrés, nuestro sistema nervioso dirá basta, y pasaremos a modo congelación.

Cuando las experiencias traumáticas son recurrentes, el sistema puede disociarse y congelarse al mismo tiempo, es decir, pasa a la congelación de forma automática solo con percibir el disparador del trauma, obviando la lucha o el intento de huida. Por ejemplo, un niño que sufra violencias físicas por parte de un progenitor varias veces a la semana puede disociarse y congelarse automáticamente al oír los pasos del adulto victimario en el pasillo al otro lado de la puerta. El estrés causado por la expectativa de la violencia hace que su cerebro reaccione de forma automática pasando al modo supervivencia que es más eficaz para él, en este caso la congelación.

Esta congelación, llevada al extremo y como hemos comentado, puede llevar a lo que llamamos muerte fingida. La muerte fingida es el recurso más radical, y nuestro sistema recurrirá a esto solamente cuando la experiencia sea tan extrema que nuestra vida corra peligro. Vemos este comportamiento en animales que son particularmente sensibles a los depredadores y a los ataques por sorpresa, como los conejos y las liebres. Es esa disociación profunda en la que nuestro sistema nervioso queda en modo supervivencia con unas pocas estructuras funcionantes nada más, con el

añadido de que toda la musculatura se desactiva también. Para cualquier observador externo estás muerto. Es una táctica de supervivencia que desarrollamos cuando aún éramos animales irracionales, que aún sigue con nosotros y que se pone en marcha como método para convencer al agresor de que seguir con la agresión es inútil.

Muchas víctimas de agresiones no comprenden su propio comportamiento cuando se recuerdan completamente inmóviles durante la agresión. Se preguntan por qué no reaccionaron de otra forma. La respuesta a estas cuestiones está en estos recursos de supervivencia que, en realidad, nos salvan la vida.


Finalmente, hablaremos del temblor como alivio del estrés. De nuevo volvemos al reino animal para entender cómo funciona este recurso: Cuando un animal es atacado por otro, pongamos una gacela a la que ataca un león, la gacela pondrá en marcha los mismos mecanismos explicados aquí. Primero intentará huir, puesto que sabe que no puede luchar contra el león. Si el león finalmente la atrapa la gacela pasará a modo congelación o, directamente, a modo muerte fingida, porque este es un modo de hacer que el león pierda interés en ella. Si el león le perdona la vida a la gacela y se va, esta se quedará tumbada un buen rato, “muerta”, hasta que esté segura de que el león no va a volver. Eventualmente la gacela saldrá del congelamiento, pero antes de ponerse en pie y correr, su cuerpo comenzará a temblar y a convulsionarse como modo de liberación del estrés que le ha causado el ataque. Es el recurso natural que tienen los animales para reponerse de una experiencia perturbadora de forma inmediata.

El ser humano posee esta misma habilidad, aunque en nosotros haya quedado un poco olvidada. Muchas personas reportan que se echaron a temblar tras un atraco o una agresión de algún tipo. A pesar de que muchos piensan que el temblor es algo malo y que hay que controlarlo cuando aparezca, en realidad es un ejercicio muy sano y liberador. Tanto, que existe una técnica terapéutica llamada TRE (Trauma Release Exercise) que nos enseña a temblar a voluntad y que da muy buenos resultados.

Resumiendo, tenemos que comprender que si nuestro sistema nervioso elige estas acciones de supervivencia es porque son las únicas en ese momento que pueden salvar la vida del individuo, así que cada vez que te preguntes por qué reaccionaste de maneras que puedan parecerte extrañas ante eventos estresantes o traumáticos de tu vida, debes tener en consideración que quizás estabas llevando a cabo de forma automática un recurso de supervivencia que se puso en marcha para salvarte la vida, y que quizás, si hoy estás vivo, fue gracias a aquello.


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