En Femenino Plural de Sara Valens
El libro que te enseña por qué son las mujeres quienes tienen que cambiar.
Hola a todos.
Me siento muy feliz de comunicaros que En Femenino Plural ya está a la venta.
Aquí os dejo unos extractos del libro para vuestro disfrute. Espero que os guste y os animéis a comprarlo. Si prefieres el formato podcast, puedes escucharlo aquí.
El libro se divide en varias partes; en la primera parte hablamos del psiquismo femenino, de muchos de los comportamientos actuales de las mujeres. Esta primera parte sienta las bases para el resto del libro.
Después pasamos a explicar el contexto social en el que nos encontramos, comenzando por el legado del feminismo en nuestros días.
Los capítulos tres, cuatro y cinco explican la personalidad femenina desde diferentes puntos de vista. Hablamos de la competitividad entre las mujeres, de la misoginia femenina y en general de cómo las mujeres nos hacemos daño unas a otras. El objetivo no es el de juzgar estos comportamientos sin más, sino el de explicarlos como algo que tenemos que cambiar en nosotras.
El capítulo seis habla de la agenda de género en profundidad, de cómo nos afecta a todas y hasta qué punto nos destruye.
El último capítulo está dedicado a las soluciones posibles a toda la problemática expresada a lo largo de todo el libro. Es solo un comienzo, y se ha escrito como un primer borrador a partir del cual todas podremos seguir aportando ideas.
La idea general del libro es la de generar la conciencia de grupo mujer en todas las mujeres. La de crear comunidad, en este caso comunidades de mujeres que trabajen unas para otras y, en consecuencia, para toda la sociedad. Es un libro que aspira a cambiar muchas cosas. Que, de hecho, aspira a sembrar la semilla del cambio. Un cambio que deseamos que sea duradero y estable, pero, sobre todo, justo para todas.
Aquí van algunos extractos:
Apartado sobre la promiscuidad sexual de las jóvenes
Al estar disociadas y exponerse a lo audiovisual, las mujeres, sobre todo las más jóvenes, absorben de forma patológica el comportamiento de las mujeres que ven a través de la pantalla en películas, vídeos musicales y en series de televisión; y reaccionan ante situaciones reales de la misma forma que han visto hacer a aquellas. Cuando los expertos hablan de la influencia de la pantalla, tienen razón en sus argumentos. Aun sin saber nada de disociación, es fácil comprobar en la vida real cómo funciona la robotización. Incluso en aquellas muchachas que no parecen disociadas, la pantalla tendrá un efecto adoctrinador.
La hipersexualidad en la pantalla lleva a la hipersexualidad de las mujeres en la vida real. La pornografía ya forma parte de nuestras vidas aun en contra de nuestra voluntad. Los creadores de lo audiovisual encajan escenas sexuales incluso donde no procede, de la forma más descarada, sin filtros y al alcance de cualquier menor. Las escenas hipersexuales sin sentido aparecen de forma recurrente en los contenidos que uno cree más inocuos. En muchas de estas escenas es la mujer la que toma la iniciativa, mostrándose como la buscadora activa y como un ser muy promiscuo.
No solo estas mujeres en la pantalla visten como prostitutas y se comportan como tal, es que la idea que subyace y que nos muestran incesantemente es que eso es lo que se espera que hagan todas las mujeres. Frente a la desinhibida siempre hay otro personaje que es más recatada, que se ve desafiada a romper con su forma natural de actuar para comenzar a comportarse como una seductora que no desea lazos emocionales con los hombres, solo sexo, porque eso es ser moderna, fuerte e independiente.
El papel de Sandy, interpretado por Olivia Newton-John en la película Grease, de 1978, fue la avanzadilla de lo que hoy es, por desgracia, lo normal para las mujeres. La chica bien educada, con unos valores que le han ayudado a progresar en la vida y con sentido común que se transforma en una desinhibida de la noche a la mañana por la —macabra— influencia de otras chicas que ni siquiera son sus amigas. Unas chicas que son la antítesis de Sandy, sin educación, sin valores, procedentes de hogares desestructurados y, probablemente, habiendo sido víctimas de algún tipo de violencia (a juzgar por su comportamiento). En realidad, debería de ser Sandy la que les enseñara algo a las otras chicas; valores, por ejemplo.
Y esto no nos importaría si no fuera por el efecto que tiene en las mujeres. Copiando de forma robótica lo que ven en la pantalla, las jóvenes comienzan su andadura sexual mucho antes incluso de lo que ellas mismas desean. No solo se las alecciona para empezar pronto, es que además hay que acostarse con todos. Las chicas repiten los comportamientos hipersexuales de las actrices y seducen de la misma forma que ellas. Buscan compulsivamente a hombres con los que poder repetir de nuevo las escenas aprendidas de forma irreflexiva, esperando que el hombre reaccione también como en las películas y que quede maravillado por sus habilidades en la cama. Al igual que en las películas, las chicas desinhibidas incitarán a las de comportamiento acorde con su edad a que se liberen también. Palabra por palabra, las mujeres repetirán el guion escrito para ellas y expresado a través de las pantallas.
A esta realidad, ya de por sí sombría, hay que añadirle un componente LGTB. Las chicas no solo tienen que acostarse con todos, sino también con todas. La idea que parece estar de moda desde hace algunos años es que todos somos homosexuales en potencia, o bien que somos bisexuales. Esto se traduce en una especie de presión entre adolescentes por ver quién ha tenido más experiencias de este tipo. La realidad es que la homosexualidad impuesta no atañe a la mayoría de las jóvenes, que son heterosexuales.
Es comprensible que los adolescentes experimenten con su sexualidad. Hasta cierto punto los comportamientos de este tipo son normales. Pero, de la misma manera que no querríamos que una persona homosexual estuviera condenada a vivir en la simulación como si fuera heterosexual, no podemos tolerar que las jóvenes heterosexuales se vean presionadas para simular ser algo que no son.
Y haciendo un inciso aquí, añadiré que es la obligación moral de las que hemos escapado de esa trampa indicarles a las jóvenes que nosotras no esperamos que se comporten así, que esa no es la expectativa que tenemos de ellas y que son libres de explorar otro tipo de comportamiento diferente cuando quieran ellas.
Todo esto va sin contar con que un gran porcentaje de las escenas sexuales a las que estamos expuestos sin remedio son violentas. Es decir, son violaciones. Hoy es prácticamente imposible ver una película o una serie de televisión —o incluso vídeos musicales— donde no aparezca por lo menos una escena de acoso o agresión sexual a una mujer o a un menor. Dejando aparte la pertinencia de este contenido, lo que se está consiguiendo a largo plazo es normalizar la violencia sexual hasta el punto de casi convertirlo en lo normal en la sexualidad, cuando ni es normal ni forma parte de la sexualidad.
Para no verse rechazadas por sus novios, cada vez más jóvenes acceden a comportamientos sexuales que no les son propios, muchas veces antes de estar preparadas para ello. Además, a menudo ven su intimidad sexual expuesta circulando por internet a la vista de todos. Son víctimas de chantajes o de relaciones de violencia en las que se ven forzadas a exponerse ante la cámara. O bien las seducen para que accedan. El adoctrinamiento en violencia sexual convierte a los chicos en violadores en potencia —algo que la mayoría no son— y a las chicas en víctimas.

Apartado sobre las consecuencias del trastorno de apego inseguro-ambivalente
Lo que más sobresale en el comportamiento femenino con respecto a los diferentes estilos de apego es el efecto que tiene en algunas mujeres el apego inseguro-ambivalente. Entre otras cosas, vimos que estas personas desarrollan relaciones de dependencia con otros, a quienes exigen validación de forma insistente sin llegar a sentirse nunca satisfechas.
Lo que esto significa en términos de relaciones personales es que puedes pasar cuatro días seguidos afirmándole a tu novia que es la más bonita del mundo, pero ella seguirá sintiendo la necesidad de que se lo repitas. No hay manera de llenar ese vacío, y por mucho que lo comprendamos o por mucha compasión que sintamos por estas mujeres, ellas también tienen la obligación de madurar y de arreglar sus problemas por sí mismas.
Y es que el problema con las mujeres con trastorno de apego inseguro no es solo que resulten agotadoras en sus exigencias de validación y de apoyo emocional constante. Estas son mujeres capaces de quedarse embarazadas de un hombre sin contar con la opinión de él. Y lo hacen sencillamente porque han decidido que «ese hombre es para mí». O bien lo hacen cuando el hombre da señales de querer dejar la relación, o en cualquier circunstancia en la que la mujer sienta vulnerabilidades en la relación. Es decir, en cualquier momento.
Sin contar con que engendrar un hijo solo para retener a un hombre es uno de los actos más egoístas que puede llevar a cabo una mujer, hacer algo así no les hace la vida imposible solo a los hombres a los que retienen junto a sí a la fuerza, sino que les destroza la vida también a las criaturas nacidas en esa circunstancia. Un hijo al que has engendrado por egoísmo no es un fin en sí mismo, sino que es un instrumento de chantaje para imponer tu voluntad, y, por lo tanto, es prácticamente imposible que puedas amar plenamente a esa criatura. Si el hombre acepta el chantaje y se queda, la mujer nunca le prestará demasiada atención al hijo, puesto que estará ocupada satisfaciendo sus propias necesidades emocionales a través de la figura del hombre (convencida de que está satisfaciendo las necesidades de él). Por otro lado, si el hombre no acepta el chantaje y se va, el bebé le sobrará a la madre desde el momento en que el hombre salga por la puerta. Muchos casos de malos tratos a bebés —y a menores en general— por parte de sus madres se deben a esto. Muchos otros casos de filicidio también.
Este comportamiento no es solo el producto del trastorno de apego. De hecho, es algo que vemos mucho en supervivientes de abusos sexuales, es decir, en mujeres gravemente traumatizadas.
Quedarse embarazadas a propósito para retener a un hombre será solo la argucia inicial que le conseguirá a esa mujer el hombre que ella ha elegido. Después, vendrán muchas cosas más a lo largo de toda la vida o mientras el hombre aguante, a saber: el chantaje emocional en primer lugar y siempre presente; las amenazas de suicidio si no se satisfacen sus exigencias; la manipulación del entorno contra el hombre, buscando aliados cuando este se atreva a llevarle la contraria; la difamación a sus espaldas; las escenas de celos contra otras mujeres, otros hombres o incluso contra la vida profesional o los hobbies del hombre; más embarazos no deseados por él; maltrato psicológico y posible maltrato físico; cambios de humor recurrentes; partes disociadas descontroladas, y jugar el rol de víctima siempre y en toda circunstancia de forma omnipresente.
Por supuesto, el hijo sufrirá toda la vida la manipulación de la madre. El argumento utilizado contra el padre será siempre: «Tu padre nos abandonó». Y por más que sea casi cierto, no hace falta explicar lo muy maquiavélico de esta premisa. Solo el hecho de haber criado a su hijo sola porque el padre los abandonó le servirá a esa mujer como excusa para mostrarse como una víctima ante todos el resto de su vida.
En otras ocasiones estas mujeres actúan como si esperaran a que sus hijos respondieran a sus necesidades emocionales, que sean ellos quienes las consuelen o que se hagan responsables de ellas. Lógicamente, no saben ser el adulto en la relación. Hablaremos más extensamente de la maternidad en otro libro, pero adelantemos aquí que, cuando la madre pone la carga de la responsabilidad sobre el menor, los condenan a desarrollar graves trastornos que se llevarán a la vida adulta.
Otro comportamiento tipo que vemos en estas mujeres es el de coleccionar novios. A menudo deciden tener un hijo con cada novio, convencidas de que cada uno es el definitivo. Esto las lleva a terminar con una colección de hijos nacidos cada uno de una relación diferente. A veces, esta vida desordenada y estos cambios de pareja exponen a los hijos a diferentes violencias por parte de uno o varios de los novios sin que las madres se enteren de nada ni se hagan responsables de ello.
Se me han presentado varios casos en consulta en los que la madre pide ayuda para lidiar con sus hijos varones porque estos comienzan a presentar comportamientos agresivos sin que ellas parezcan entender el porqué. Ahondando un poco en la problemática familiar, una descubre que los niños terminan por no poder relacionarse con sus padres biológicos de forma natural y que se resienten por ello. O bien los muchachos son obligados a vivir con hombres a los que no conocen, o que no los tratan bien, o con los que nunca llegan a tener una relación de confianza. También es común que los cambios continuos en la figura paternal lleven a ese joven al desequilibrio emocional.
Los varones necesitan figuras paternales de calidad cerca de ellos, de la misma forma que las niñas necesitan figuras femeninas. Ambos sexos necesitan de ambas figuras, pero, sobre todo a partir de cierta edad, los varones necesitarán un padre en sus vidas en quien poder basarse y a quien poder recurrir. También necesitan estabilidad emocional y psicológica, así como un entorno estable, sin mudanzas ni cambios perpetuos.
En ese sentido, si la madre se separa del padre y se queda con la custodia de los hijos y estos no pueden volver a ver a su padre, lo que ocurrirá es que el varón le guardará rencor a la madre y eso generará unos cambios comportamentales bastante visibles desde fuera. Lógicamente, hablamos de casos de parejas separadas por razones diferentes de la violencia o el abuso.
En una ocasión tuve una conversación telefónica con una mujer en esta circunstancia. Iba por su cuarto novio después de haber dejado al padre de su hijo, ahora un adolescente. Por más que fuera obvio cuál era la problemática de ese hogar, la mujer era incapaz de darse cuenta sola y buscaba a la desesperada ayuda para su hijo cuando, a todas luces, la que necesitaba ayuda era ella. Me atreví a señalarle que en un hogar desestructurado donde el adolescente no tiene acceso a su padre biológico es normal que surjan problemas de comportamiento; que todo lo que ella hacía con su vida privada afectaba a su hijo, y que los menores necesitan estabilidad emocional para criarse de forma sana y equilibrada. Ella me confesó que había hablado con muchas psicólogas y que ninguna le había explicado nunca eso.
Los argumentos que esgrimen las psicólogas cuando se encuentran con casos así es que, de alguna forma, la mujer ha pasado de ser víctima de su ex (en los casos de divorcio por violencias) a ser víctima de su hijo. O bien que cualquiera que sea la razón que lleva al adolescente a comportarse así no tiene nada que ver con el comportamiento de la madre y, por lo tanto, no es su responsabilidad. Serán las compañías del joven, los videojuegos o cualquier otro factor externo, pero nunca lo que ocurre en el hogar. Como vemos, el juego trata de mantener a la mujer en la victimización a toda costa y jamás llevarla a pensar que pueda ser responsable de algo de lo que está pasando en su casa.
Las mujeres no son capaces de darse cuenta por sí solas de lo que están haciendo mal y la psicología les hace un flaco favor alentándolas a vivir en la negación. Las propias psicólogas, madres a su vez en muchos casos, tampoco parecen llegar por sí mismas a este tipo de conclusiones. Gran parte de la culpa de eso la tiene el adoctrinamiento académico que ha sufrido la psicología en los últimos diez años, en gran parte debido a la influencia de la ley de violencia de género, de la que hablaremos más adelante.
Cuando las menores son niñas, a menudo vemos que acaban siendo víctimas de abusos sexuales por alguno de los novios de la madre. Y es lógico que sea así. Los pederastas tienden a buscar a mujeres vulnerables para tener hijos con ellas de los que poder abusar impunemente en su hogar. O bien para ganar tiempo buscan a mujeres divorciadas o separadas que ya tengan hijos, a poder ser en las edades en las que les gustan a ellos. Conocer a una de estas mujeres, seducirla y meterse en su casa rápidamente es demasiado fácil para cualquiera de ellos. Y no es que los pederastas sean especialmente inteligentes, ya está quedando claro que en el país de los ciegos el tuerto es el rey y que la estulticia femenina acaba siendo una ventaja demasiado grande para no aprovecharla.

A principios del siglo pasado surgió una corriente en la psicología y en la medicina que culpaba a los padres de los trastornos, problemas y enfermedades de sus hijos. No hablamos de apelar la responsabilidad, sino a la culpa. Ocurre a menudo que en la sociedad nos vamos de un extremo al otro cuando surgen conflictos. Las quejas de padres y madres por ser continuamente culpados por todos los problemas que surgían con sus hijos nos llevaron a adoptar la posición del extremo opuesto del continuo y pasamos a la situación en la que estamos viviendo ahora, en la que no se puede siquiera mencionar la palabra responsabilidad delante de una mujer.
Por alguna razón, hablarle a una mujer como si fuera una adulta y señalarle aquello que está haciendo mal es reprobable, y te arriesgas a ser juzgado muy duramente si te atreves a hacerlo. La consigna es la de mantener a la mujer en la ignorancia, en la negación y en la irresponsabilidad, aunque con ello estemos condenando a sus hijos a todo tipo de violencias, malos tratos, abusos, y a todo lo que conlleva ser víctimas. Esto es, problemas de comportamiento, adicciones, relaciones de maltrato, problemas con la ley, etc.
Apartado sobre la fortaleza femenina
Traumatizadas, victimizadas, disociadas, erróneamente empoderadas, maltratadas por otras mujeres, segregadas y aisladas unas de otras, radicalizadas, empobrecidas, solas y enfermas. Y a pesar de lo muy generalizadas que están estas problemáticas, muchas considerarán que estar así es ser fuertes. No, «somos fuertes» no puede ser el eslogan que defina a la mujer actual.

Y antes de continuar, se hace necesario explicar que no consideramos que las mujeres sean mejores ni peores que los hombres. Nada de lo que se dice aquí es una comparativa; sencillamente, las cualidades y los defectos que suelen caracterizar a ambos sexos son diferentes.
La falacia de la fortaleza femenina es la venda en los ojos que les han puesto a millones de mujeres para que no sean capaces de darse cuenta de la triste realidad en la que viven. Vivimos en un sistema que nos concibe como máquinas de producir. Nos mantienen en un delicado equilibrio económico y social a hombres y a mujeres, malviviendo a duras penas. Nos entretienen con inmundicia audiovisual para mantenernos disociados y luego nos convencen de que sobrevivir a la dureza de la vida es de ser fuertes. Y aún fomentan la competición entre mujeres para ver cuál es la más fuerte. Lo gracioso es que muchas caen en la trampa.
Esta nueva falacia llegada de la mano del empoderamiento femenino nos ha intentado convencer de que las injusticias de la vida se combaten con fortaleza y que es de fuertes soportarlas y combatirlas una y otra vez. Cuando el auténtico empoderamiento de la población va en la línea de darnos herramientas para terminar con las injusticias de una vez por todas y eliminarlas de nuestra vida para siempre para no tener que seguir luchando.
En escenarios de normalidad la creencia en la fortaleza como antídoto no es necesaria. Solo es necesaria en escenarios de victimización, de relaciones complicadas y de vidas desordenadas. Las mujeres que tenemos relaciones maduras con hombres normales no necesitamos presumir de fuertes. Yo no necesito ser fuerte en mi día a día. Mi realidad actual no precisa de una simulación de fortaleza. Sí he necesitado de fortaleza en el pasado, pero no para soportar situaciones o mantenerme a flote, sino para cambiar mi persona y mi vida; para no tener que luchar hasta la extenuación no llegando nunca a ninguna parte. El trabajo duro en la dirección correcta compensa.
Esto significa que la repetición de situaciones en las que tengas que echar mano de una supuesta fortaleza son un indicativo de que algo no va bien. Y son estas situaciones las que llevan a las mujeres a presumir de ser fuertes más a menudo. Por ejemplo, si estás metida en un bucle de relaciones de maltrato con un hombre tras otro, no eres fuerte, eres víctima. Y si no lo fueras, en lugar de repetir como un mantra que eres fuerte cada vez que sales de una relación en la que te han vapuleado, harías la terapia que necesitas. Después, ya no tendrías que seguir simulando ser fuerte porque podrías salir con hombres normales y mantener con ellos relaciones normales.
Aquí es pertinente señalar la relación entre la creencia en la fortaleza femenina y las tasas de divorcio. La mujer empoderada, que se cree fuerte, tendrá más posibilidades de considerar el divorcio como la única opción a sus problemas de pareja. Porque la creencia en la fortaleza también anula el resto de las posibilidades, las habilidades y los recursos. Si soy fuerte, no necesito nada ni a nadie.
El cambio y el aprendizaje nos llevan a mejorar nuestra vida y a tomar mejores decisiones. Por alguna razón las mujeres prefieren presumir de fuertes cuando están en situaciones intolerables que presumir de ser capaces de cambiar y aprender. O bien creen de todo corazón que aprenden de cada experiencia que viven, cuando la repetición en bucle de situaciones similares, de forma permanente, es un indicativo de no estar aprendiendo nada. Cabe preguntarse qué tiene que suceder para que las mujeres entiendan que tienen que cambiar para que sus vidas cambien. No vale de mucho que afirmes que has aprendido de la experiencia y que jamás vas a volver a una situación así cuando dos días después te ves implicada en una situación igual. O incluso que afirmes que has sido demasiado buena y que, en realidad, lo que hace falta en la vida es ser mala para que te vayan bien las cosas, sin darte cuenta de que la solución a tus problemas no radica en ser buena o mala, sino en hacerte responsable de lo tuyo.
En el contexto psicoterapéutico se pueden distinguir perfectamente a las mujeres fuertes de las otras. Las fuertes hacen terapia y la hacen hasta el final, a pesar de lo que supone muchas veces y aunque el tamaño del monstruo las supere con creces. Las otras lo intentan, pero, cuando se plantan frente a aquello que tienen que superar, salen corriendo. Literalmente.
Por si esto fuera poco, la fortaleza adjudicada a la mujer y la sensibilidad que se le exige al hombre promueve un intercambio de roles sociales. La fuerza es otro de los rasgos masculinos (también llamados estereotipos de género…) que se supone que el feminismo desea para nosotras. Porque los rasgos femeninos no son suficientemente buenos, por lo que parece. Por eso, la tónica actual es la de eliminarlos y suplantarlos por los masculinos, de forma que ahora las fuertes son las mujeres. Lo que diga el feminismo.
Sentirse débil y pedir ayuda no es algo malo. Todas las personas nos sentimos debilitadas en algún momento y necesitamos ayuda de otros. Al mismo tiempo, en otras circunstancias podremos ayudar a otros. Sin darnos cuenta, la creencia en una fortaleza que en realidad la mayoría no tiene está acabando con el sentido de comunidad que necesitamos para vivir en este planeta. Las mujeres piensan que están mejor aparentando fortaleza sin darse cuenta de que eso las vuelve más vulnerables. El hecho de reconocer que tienes un problema es el primer paso para resolverlo y ponerte fuerte de verdad.
Apartado sobre la misoginia femenina
Mi observación personal del ser humano me dice que la mayoría de las mujeres misóginas no nacieron así. Normalmente ocurre algo en la vida de las niñas y las adolescentes que acaba conformando su personalidad de una forma retorcida, esto es, misógina.
El factor número uno para convertir a una mujer en misógina sería haberse criado con una madre misógina. El trastorno de apego también tiene mucho que ver aquí. En realidad, es una máquina de generar misoginia, tanto en hombres como en mujeres. Criarse con una madre que no atiende a tus necesidades emocionales no solamente te va a generar un trastorno a ti, sino que te llevará a odiar a esa figura materna en muchos casos.
Hay mujeres que tienen la sensación de haberse convertido en una mejor persona después de haber parido. Como si la maternidad las cambiara de forma positiva pasando a ser más generosas o altruistas. La realidad es que la personalidad de las mujeres no cambia después de haber tenido hijos. Lo más probable es que, si aquella ha sido una mala persona antes de tener hijos, lo siga siendo después de convertirse en madre. En ese sentido, si una mujer es misógina antes de tener hijos, el hecho de tener una hija solo acentuará esa misoginia. Quizás no en todos los casos, pero normalmente ocurre así.
Quizás sea por esto por lo que la naturaleza, en su afán de priorizar la evolución de la especie, no permite que nazcan demasiadas niñas de las madres misóginas y las dispensa mayoritariamente con hijos varones. Esto no es ninguna broma; parece que las madres misóginas tienen muchos más hijos varones que mujeres, y esto podría no ser casualidad. Más allá de las prioridades de la naturaleza, es posible que las mujeres nacidas misóginas tengan niveles de testosterona más altos que las otras y que eso influya a la hora de gestar, puesto que la intervención de esta hormona es la que determina que el embrión termine siendo un varón.
Pero todo esto es tabú, no es políticamente correcto, ni siquiera correcto a secas, hablar de la maternidad como generadora de odios. Y la verdad es que, aunque nos duela, hay que empezar a decirlo muy claro: el comportamiento femenino, empezando por el de algunas madres hacia sus hijos, puede generar, y genera, una abundante cantidad de misoginia en la población. Por supuesto que el misógino natural existe, pero no son tantos como finalmente encontramos en la vida.
Para una niña, criarse con una madre que la odia por ser mujer es solo la primera experiencia. Después vendrán muchas más. Y aunque la mayoría de las mujeres llegamos a tener por lo menos una amiga, las mujeres que nos odian, o a las que caemos mal o que nos rechazan son siempre una mayoría.
Buscar de forma constante el apoyo de otras mujeres sin llegar a encontrarlo nunca, o encontrarlo a duras penas, deja una herida grave y difícil de curar en la mayoría de nosotras que solo genera rabia y más odio contra las mujeres. Y así es como se cierra el círculo. El odio a la mujer pasa de generación en generación, de nuevo y como siempre, por la línea femenina, en la relación de unas con otras, y sin que los hombres tengan mucho que ver en todo ello.
Hay tantas de nosotras que hemos vivido estas experiencias que lo difícil es encontrar a una mujer que no haya pasado por ello. No dejará de sorprenderme cómo reaccionan muchas mujeres, jóvenes y adultas, cuando les muestro cordialidad en mi trato con ellas. Es muy triste comprobar de qué modo muchas están acostumbradas a recibir malos tratos de otras mujeres, hasta el punto en que, a partir solo de los dieciséis o dieciocho años, ya no tienen expectativas de encontrar nada mejor viniendo de otras.
Las mujeres de todas las edades necesitamos tener a otras mujeres cerca, necesitamos amigas y compañías femeninas. Cuando eso no es posible y las chicas se aíslan de forma voluntaria, se pierden todo eso que las mujeres podemos llegar a compartir cuando estamos bien con otras, resultando en una mala calidad de vida en general.
Sin contar con que no poder relacionarse con otras mujeres por miedo a que te hagan daño genera frustración, desencanto, decepción y más misoginia. En una situación así, terminamos deseándole el mal a otras mujeres sin importarnos lo que les ocurra. Y aunque el gesto sea de odio o rechazo hacia las demás, lo que subyace a esa actitud es un dolor inmenso.
Dolor, rencor y mucha soledad, porque en realidad no hablamos de misóginas por naturaleza. Las mujeres en esta disyuntiva desean internamente relacionarse con normalidad con otras, tener amigas y desarrollar relaciones de calidad que les aporten lo que necesitan emocionalmente. Y aquí habría que pararse a reflexionar sobre cómo es posible que haya tantas mujeres deseosas de estar con otras mujeres, pero que estén solas al final; que no seamos capaces de abrir los brazos al dolor femenino y aceptarnos y tratarnos unas a otras con respeto y con amor; que no seamos capaces de percibir el sufrimiento y la soledad en los ojos de otra mujer y echarle una mano; cómo es posible que, como vamos a explicar, las mujeres se vendan a sí mismas como seres de luz, de un altruismo y una generosidad deslumbradoras cuando la realidad nos grita en la cara que estamos llenas de odio contra nuestras hermanas. Está por llegar el día en que las mujeres se miren al espejo y reconozcan quiénes son de verdad y de qué pasta están hechas.
A falta de compañía femenina, muchas terminan relacionándose con hombres intentando crear relaciones de amistad con ellos, algo que las más experimentadas ya sabemos que no es posible. Es un error pensar que en el grupo de los hombres van a encontrar lo que no encuentran entre las mujeres, pero muchas veces no tienen alternativa y es mejor eso que estar solas. En esas situaciones, no es raro que haya algún hombre que intente aprovechar la situación de vulnerabilidad de la mujer para sacarle algún provecho, normalmente sexual. Y aunque no sea así, la mujer no estará menos sola por tener amigos hombres.
En otras ocasiones, las jóvenes no se encuentran a gusto relacionándose con otras chicas de su edad porque les parecen aburridas o inmaduras. Puede que sean algo más maduras que las otras, por lo que deciden relacionarse con chicos buscando otro tipo de estímulos.

Y otras veces las chicas prefieren estar con los chicos porque odian a las mujeres y no quieren relacionarse con ellas. Son las nacidas misóginas, que también existen. Normalmente, cuando esas chicas se relacionan más con hombres, provocan que las otras mujeres tampoco quieran relacionarse con ellas, generando roces y rechazo en ambos bandos. Una mujer que no se relaciona con otras mujeres provoca cierta desconfianza en el resto de nosotras, es cierto. Pero, bien mirado, intentar relacionarse con ellas sería igual de complicado que intentar relacionarse con un hombre misógino.
A menudo estas mujeres tienen algo similar a un espíritu criminal. Y todos sabemos que la víctima favorita de los criminales, hombres o mujeres, son otras mujeres. Son las que tienden a convertirse con facilidad en cómplices de los hombres con comportamientos poco éticos, ilegales o incluso inhumanos, como veremos más adelante. De este grupo saldrán las que se hacen abogadas para defender a los violadores, a los proxenetas y a los pederastas, y lo hacen con gusto. Son las madamas de prostíbulo, sin escrúpulo ninguno a la hora de explotar sexualmente a otras. Las que abogan por la legalización de la prostitución para favorecer a cierto tipo de hombres, los explotadores y los violentos, puesto que ellas también lo son. Son las psicólogas que denuncian a las víctimas de violencia sexual y las acusan de mentirosas, haciendo de portavoces a los violadores que abanderan la falsa denuncia como única defensa posible a su comportamiento violento contra las mujeres. Son las escritoras y agitadoras sociales cuyas obras propagan su odio misógino por todo el planeta disfrazado de justicia para con los hombres. Son, en definitiva, personas con el corazón anegado en odio.
Quiero terminar apelando a las mujeres sensatas para que actúen a favor de las niñas y jóvenes y que, entre todas, intentemos impedir que la misoginia femenina siga propagándose por el mundo. Porque esto solo lo arreglamos entre todas, y porque en algún momento alguna tiene que decir: «Conmigo se acaba».
Puedes escuchar el podcast correspondiente a esta entrada aquí. Y puedes leer una entrevista que me hicieron sobre el libro aquí.