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La Disociación Traumática

La disociación es uno de los conceptos más importantes en trauma, y a pesar de ser un fenómeno que va con la naturaleza humana el oscurantismo de la psicología actual hace que no tengamos información actualizada y seria sobre la experiencia.




Introducción

¿Qué es la disociación?

¿Qué pasa cuando te disocias?

Consecuencias de la disociación a largo plazo

La disociación como fenómeno protector



Introducción


La disociación es uno de los conceptos más importantes en trauma. Es también uno de esos términos de moda que la gente aprende en las redes sociales sin saber muy bien de lo que estamos hablando. A pesar de ser un fenómeno que va con la naturaleza humana, el oscurantismo de la psicología actual ha hecho que no tengamos información actualizada y seria sobre la experiencia. En La Psicología Responde hemos hablado mucho de la disociación y he dado por sentado que sabéis de lo que hablo, y aunque he dado explicaciones en muchas entradas, nunca me he parado a explicarlo al detalle, así que hoy es el día. Como ya hemos hablado extensamente de la robotización consecuencia de la mente disociada, hoy vamos a prestar menos atención a eso y hablaremos más de cómo ocurre el fenómeno en sí.


¿Qué es la disociación?


La disociación es un estado alterado de conciencia que es natural a los seres vivos. Los seres humanos hemos llevado a cabo rituales y ejercicios tendentes a la disociación desde que comenzamos a poblar este planeta. Todavía quedan tribus en las que vemos a los chamanes practicar ejercicios que buscan entrar en ese estado alterado de conciencia al que nos lleva la disociación.


Una de las definiciones de la RAE para el verbo disociar es: Separar algo de otra cosa a la que estaba unida. Luego, cuando hablamos de disociación hablamos de separar, de desunir. Estaríamos hablando, por lo tanto, de separar la conciencia del cuerpo físico, hasta hacernos entrar en un estado alterado de conciencia con unas ondas cerebrales particulares y con una consecuente alteración en la atención y en las habilidades cognitivas.


Puesto que hablamos de separar la conciencia, cuando la disociación se lleva al extremo podemos alcanzar una experiencia fuera del cuerpo. En los últimos 50 años se ha recogido una cantidad ingente de información seria y con base experimental en todo el mundo, que nos muestra que la experiencia fuera del cuerpo no es una fantasía, sino una realidad que somos susceptibles de experimentar todos los seres humanos. Hablamos de experiencias en las que ha habido incluso personas ciegas que han sido capaces de relatar lo que ha ocurrido con ellas en un quirófano en el que estaban siendo operados completamente anestesiados, como las conversaciones de los médicos y sus acciones durante toda la operación quirúrgica.



Según las experiencias de cientos de miles de personas en todo el mundo lo que ocurriría en estas experiencias es que nuestro espíritu -o alma- se separaría del cuerpo físico por completo, quedando conectado a este solo por un cordón. Por lo tanto, hay un factor obviamente espiritual en lo que respecta a la disociación y no es un fenómeno ni mucho menos nuevo para el ser humano. Y esto no solamente es así, sino que sería esta conciencia, este espíritu, el lugar en el que se alojarían la inteligencia, la personalidad y la mente del individuo. Cuando hablamos de la mente, los psicólogos no saben muy bien cómo explicar su existencia, y aún hay muchos psicólogos que están convencidos de que los pensamientos se crean entre las neuronas físicas del cerebro. Tengo una entrada y un podcast que se llaman ¿Es la psicología una ciencia? y Terapias y pseudoterapias en los que debato un poco sobre esta cuestión, por lo que no me voy a alargar ahora con esto.


Tampoco vamos a centrarnos en la experiencia fuera del cuerpo. Por muy interesante que nos parezca está temática hoy no vamos a hablar de la disociación natural sino que vamos a hablar de la disociación patológica generada por trauma, aunque hablemos de la misma experiencia. Y aún dejando esto claro vamos a usar dos términos para diferenciarlas, es decir, para hablar de la experiencia de disociación benevolente usaremos experiencia fuera del cuerpo o bien EFC (u OBE en inglés), y para hablar de la disociación traumática usaremos disociación.


La diferencia entre la experiencia fuera del cuerpo y la disociación por trauma es que esta última se lleva a cabo sin la voluntad del individuo y en tanto que recurso de supervivencia. Tú puedes tener una experiencia fuera del cuerpo por medio de tu voluntad y haciendo ejercicios para ello, sin embargo la disociación por trauma es una experiencia a la que nos lleva el impacto de los eventos traumáticos sin que nosotros hagamos nada para ello.


El médico francés Pierre Janet
El médico francés Pierre Janet

Esta descripción que acabamos de hacer de la experiencia fuera del cuerpo como siendo el espíritu que se separa del cuerpo físico es una descripción muy similar a la que encontraríamos en la psicología oficial para describir la disociación traumática. Las primeras descripciones de esta disociación las encontramos, por supuesto, en los libros de Pierre Janet, que nos describió en detalle el fenómeno de la disociación.



Lo que describe Janet y todos los que vinieron después de él es que la disociación consiste en una separación de los procesos mentales y psicológicos o bien una separación de la conciencia, entendiendo aquí por «conciencia» algo así como la metacognición humana, esto es, la capacidad que tenemos los seres humanos de saber que somos seres humanos y de ser conscientes de nuestros propios procesos de pensamiento. Una de las grandes diferencias entre ser humano y los animales inferiores es que los seres humanos sabemos que pensamos, sabemos que podemos pensar y sabemos qué es lo que estamos pensando. Esta capacidad de autoobservación y de ser conscientes de nuestros propios procesos mentales es lo que llamamos metacognición y vendría a formar parte de esa conciencia de la que hablamos cuando hacemos referencia a la disociación. Es decir, que en psicología lo llamamos disociación pero lo explicamos en los mismos términos que la EFC.


Lógicamente, en la psicología actual los profesores no nos van a explicar que tenemos una experiencia fuera del cuerpo cuando nos disociamos. Cuando yo estudiaba la disociación aparecía en un par de párrafos en uno o dos libros en toda la carrera. La disociación en aquel entonces se explicaba de pasada y en los términos que acabo de explicar aquí. Aunque hablemos de la misma experiencia de separación del cuerpo espiritual del cuerpo físico ningún profesor de universidad en su sano juicio haría la vinculación entre estos dos fenómenos, ni siquiera en aquellas pocas clases o libros en los que sí se habla de la disociación. Por supuesto sí podemos encontrar a psicólogos que han comprendido que hablamos del mismo fenómeno y que tienen un poco menos de pudor a la hora de admitirlo o tenerlo en cuenta en su trabajo, pero por norma general, lo que encontramos más a menudo son psicólogos que ni siquiera «creen» que la disociación exista. Y aquí voy a explicar algo que explico en mi libro, En Femenino Plural, que es un poco duro pero que es verdad y que puede ayudar a comprender el problema de negación que tienen muchos psicólogos: Por mi experiencia de vida yo puedo afirmar que muchos violadores y pederastas comunes sí saben lo que es la disociación y cómo funciona. En muchas de mis experiencias de violencia sexual que sufrí en mi niñez llegué a oírlos hablar de la disociación en numerosas ocasiones. La mayoría no saben cómo se llama, pero saben lo que es y cómo funciona. De hecho, muchos están tan familiarizados con ella que no tienen ningún miedo a que la víctima denuncie porque saben que olvida, puesto que tras la disociación viene la amnesia psicógena. En ese sentido, se puede decir que los violadores saben más de disociación que los psicólogos. Y si este argumento no es suficiente para avergonzar a la comunidad psicológica al completo, a lo mejor es que no tienen vergüenza.



En los tiempos que corren, de censura y de adoctrinamiento salvajes, hay que ser muy valiente y tener arrestos para hablar en los términos en los que yo estoy hablando aquí, y afirmar que la disociación es la experiencia fuera del cuerpo. Un psicólogo arriesga mucho diciendo este tipo de cosas, la desacreditación incluso, pero como yo ni soy académica, ni necesito la validación de la Academia ni de mis colegas, y sabiendo como sé que yo no soy seguidora sino que soy más bien líder, aquí dejo esta aportación con la intención de dar ejemplo y que haya otros psicólogos tan valientes como yo que sean capaces de decir las cosas como son, porque es el deber del psicólogo hacer honor a la verdad.


Cuando uno oye hablar a personas que han sufrido traumas graves por violencias interpersonales o accidentes, los relatos de estas experiencias son increíblemente parecidos unos a otros en ciertas cosas. Por ejemplo, una proporción importante de estas personas nos van a explicar que cuando los hechos traumáticos comenzaron, dejaron de percibir lo que ocurría desde un estado normal y pasaron a percibirlos como estando «flotando por encima de su propia cabeza». Esta forma de explicar la disociación es universal y la vemos en personas de todas las culturas, nacionalidades y creencias. Hay cientos de miles, quién sabe si millones de personas en el mundo que han visto su cuerpo físico a nivel de suelo mientras ellos flotaban por encima a una distancia más o menos grande, en el transcurso de un evento traumático. El ejemplo que pusimos de la persona ciega y anestesiada en la sala de operaciones también cumple esta premisa.



¿Qué pasa cuando te disocias?


Una de las primeras cosas que notamos cuando entramos en disociación por trauma o tenemos una experiencia fuera del cuerpo es la inhibición de los sentidos. Es decir, en ese estado de disociación en el que la conciencia se separa de nuestro cuerpo de forma traumática dejamos de percibir las cosas a través de nuestros sentidos normales, esto es, olfato, gusto, oído, tacto y vista se desconectan. Así, encontramos que cuando las personas vuelven a recordar esos eventos una semana después, o 20 años después, en muchas ocasiones los sentidos siguen fallando en ese recuerdo. Puedes estar recordando que estabas en una sala llena de gente pero no percibes los ruidos en la sala. Puede ocurrir incluso que las personas tengan recuerdos que yo llamo sensoriales, que en psicología del trauma algunos autores llaman implícitos, esto es, percibir con todos tus sentidos que está ocurriendo algo, pero no ser capaz de verlo en tu cabeza, en la memoria, es decir, tener un recuerdo sin imagen. Esto correspondería a un apagado de los sentidos de la vista mientras que el resto de los sentidos sí estarían funcionando.


La forma en la que los sentidos quedan alterados depende de varias cosas, pero lo que vemos normalmente es que hay sentidos como la vista o el tacto que sufren mucho y que se inhiben bastante. Pero otros sentidos como el oído o el olfato pueden terminar hiperdesarrollándose con el trauma. Así, podemos encontrar a personas que han sufrido traumas de violencias interpersonales que tienen un oído extraordinario. Esto es normal teniendo en cuenta que el oído nos serviría como primera alarma ante situaciones de peligro, mucho más que la vista. Muchos animales inferiores, entre ellos muchos mamíferos tienen un gran sentido del oído y se sobreentiende que eso les puede salvar la vida en múltiples situaciones ante depredadores u otros peligros.


En la entrada sobre los proyectos de control mental mediante trauma hablamos bastante de la disociación y explicamos la técnica de la privación sensorial, que consiste en dejar a una persona aislada en un lugar sin luz y sin estímulos de ningún tipo, con los brazos envueltos en unos tubos, para que no pueda tocar nada ni percibir nada con el tacto, con los oídos tapados de forma que no pueda oír, y sin comer. Es decir, se trata de eliminar los cinco sentidos, tacto, gusto, vista, oído y olfato. Se elimina la capacidad que tiene el ser humano de percibir la vida a través de los sentidos. Como vemos, inducir a una persona a la privación sensorial es llevarla de forma directa a tener una experiencia disociativa, porque anular por completo los sentidos es una forma de forzar una disociación. Hablábamos también de que esta privación sensorial consistía en una parálisis del sueño forzada con una duración de días. En realidad la parálisis del sueño consistiría ni más ni menos que en una pequeña disociación en la que la conciencia no podría abandonar el cuerpo físico del todo, y por lo tanto se quedaría a la mitad de su camino entre estar encajada con el cuerpo físico y estar flotando fuera del cuerpo físico, y eso sería lo que hace que no te puedas mover, pero que al mismo tiempo estés percibiendo estímulos a tu alrededor.


La consecuencia primordial de la disociación es la amnesia psicógena, es decir, la amnesia por causas psicológicas y hoy denominada más correctamente amnesia disociativa. Las experiencias normales de la vida se asimilan sin dificultad, el cerebro las procesa a medida que van ocurriendo y las almacena en el lugar de la memoria que les corresponde. Las experiencias traumáticas, sin embargo, son demasiado graves como para integrarlas de forma normal y por eso se disocian. Puesto que hablamos de una alteración de la conciencia y un apagado de los sentidos, todo lo que ocurra en ese estado no se puede registrar conscientemente, y de ahí que se olvide la experiencia total o parcialmente. Normalmente, en cuestión de minutos tras finalizar la experiencia, el sistema volverá a integrarse, la conciencia volverá a encajarse con el cuerpo y la persona volverá a la normalidad y seguirá su vida como si no hubiera pasado nada. Con el tiempo, puede llegar a recordar una parte o toda la experiencia de forma espontánea, o bien no volverá a recordarlo nunca. Esto no es ciencia-ficción ni es un guion de una serie de televisión, esto es real.




El grado en el que una persona tiende a disociarse depende de muchas cosas; un menor se puede disociar ante diferentes experiencias, aunque no sean especialmente duras. Eso depende de los recursos emocionales que tenga a su disposición y de otros factores de protección, como el apego seguro. El problema con la disociación es que es acumulativa; cuando un adulto viene de una infancia disociada, le costará muy poco volver entrar en la disociación o que se le agrave con experiencias traumáticas posteriores puesto que con un cerebro disociado no podrá desarrollar barreras al trauma futuro.


Otro de los problemas que vienen con la disociación es el daño a la memoria. Cuando hacemos terapia integradora de trauma y los recuerdos disociados comienzan a aparecer en la memoria de estas personas, la mayoría recuerdan esos eventos de la misma forma en que los grabaron en su memoria, es decir, como estamos describiendo aquí, estando ellos flotando por encima de sus cabezas. La memoria traumática tiene unas particularidades específicas, como ya explicamos cuando hablamos de la farsa de la Falsa Memoria. El recuerdo de los eventos traumáticos no es como el recuerdo de los eventos normales de la vida, se circunscriben al lugar y el momento en que ocurrió el trauma, dándose el caso incluso de no poder recordar cómo llegaste a ese lugar. Podemos ver también que el recuerdo viene de forma borrosa o en secuencias inconexas. Pero no solamente la disociación afecta a la memoria traumática sino que afecta a la memoria normal de la vida. Una persona que pasa su vida disociada es una persona que no tiene memoria y que es incapaz de recordar las cosas que ha hecho anteriormente, aunque solo hayan pasado dos minutos. La disociación destruye la memoria.


Una de las diferencias fundamentales entre la experiencia fuera del cuerpo y la disociación es que esta última, al ser traumática, funciona como un recurso de supervivencia, es decir, una respuesta de protección natural, un automatismo que poseemos los seres humanos que puede salvarnos la vida en situaciones en las que correríamos el riesgo de morir, porque se entiende que, de no disociarnos, la experiencia desbordaría el sistema nervioso hasta el punto de matarnos. El trauma desregula el sistema nervioso, es decir, lo desborda. En la psicología del trauma hablamos mucho en términos de desregulación del sistema nervioso y, de hecho, la integración del trauma se basa en la regulación de eso que está desregulado. Es decir, tratamos por todos los medios de devolver a ese sistema nervioso a su forma normal de funcionamiento. Pues bien, la disociación sería causa y consecuencia de esa desregulación extrema que sufrimos con el trauma.


Cuando los seres humanos entramos en modo supervivencia ya no funcionamos a través del neocórtex, sino que funcionamos a través del cerebro de la supervivencia, esto es, el tronco cerebral, con alguna ayuda del cerebro límbico. Este tronco cerebral es lo que se llama también cerebro reptiliano y es la parte de nuestro cerebro más antigua y animalizada. Esto de dividir el cerebro en diferentes partes es una clasificación que se llama el Cerebro Triuno que diseñó el médico estadounidense Paul McLean.


Esquematización del Cerebro Triuno de McLean
Esquematización del Cerebro Triuno de McLean

La hipótesis del cerebro triuno nos explica que el encéfalo humano está constituido por tres sistemas cerebrales distintos, con modos de funcionamiento diferentes, y que cada uno de ellos ha ido apareciendo en nuestra línea evolutiva de manera secuencial, cada uno sobre el anterior. En psicología del trauma trabajamos teniendo en cuenta estos niveles del cerebro, aunque entendemos que todo forma parte del mismo encéfalo y del mismo sistema nervioso. Ahora bien, es cierto que cuando estamos ante una experiencia de vida o muerte o ante una experiencia muy traumática que no podemos gestionar normalmente, la corteza frontal, que forma parte de la neocorteza, se bloquea, es decir deja de funcionar normalmente, y pasamos a modo supervivencia, como estamos explicando aquí. Ya hemos explicado que la corteza frontal es el director de orquesta que mantiene el orden dentro de nuestro sistema nervioso, ahora explicaremos algo más sobre esto, pero puesto que este director está bloqueado, pasamos a funcionar de forma instintiva, y nuestro sistema pondría en marcha una serie de respuestas, similares a las que usaría cualquier animal inferior, que son las respuestas de las que estamos hablando aquí, instintivas, incluida la disociación, que van acompañadas de una serie de secreciones hormonales que ponen al cuerpo en modo defensa o bien en modo congelación.


Consecuencias de la disociación a largo plazo


La disociación puede durar diez minutos o puede durar toda la vida, pero en cualquier caso, traerá unas consecuencias muy graves. Cuando una persona sufre experiencias traumáticas de forma continuada a lo largo de mucho tiempo, como sucede con los niños víctimas de abusos o de violencias intrafamiliares, hablamos de disociación estado, es decir tu cerebro se queda en estado disociativo a perpetuidad. Cuando yo hablo aquí en términos de perpetuidad no quiero decir que no tenga solución. Una persona puede volver a recuperar su cerebro y sus habilidades cognitivas al completo haciendo terapias neuroreprocesadoras o integradoras de trauma. Ahora bien, en caso de no hacerlo como le ocurre a la mayoría de las personas traumatizadas del mundo, tendremos que sus cerebros se quedarán en este estado disociado toda su vida.


Si admitimos que la experiencia fuera del cuerpo es auténtica estaremos admitiendo que los seres humanos somos algo más que un cuerpo físico. Si somos algo más que un cuerpo físico es que en este mundo existe algo que va más allá de lo físico, otro plano o dimensión a la que vamos a llamar «espiritual». Puesto que cuando hablamos de disociación hablamos de un estado alterado de conciencia, es decir, una experiencia fuera del cuerpo, hablamos de pasar del mundo físico al mundo espiritual. Es decir, durante los minutos que dura la experiencia esta persona estaría en el mundo espiritual con su conciencia o espíritu para luego volver al plano físico. Ahora bien, si te quedas en estado disociado toda tu vida, se puede decir que tienes un pie en el mundo físico y un pie en el mundo espiritual, lo que puede hacer que las personas puedan lleguen a tener experiencias parapsíquicas de muy diversa índole. Esto puede parecer algo ventajoso o especial o glamuroso, pero puesto que hablamos de una disociación provocada por un trauma, en realidad acaba siendo un problema grave para las personas. Cuando hablamos de psicosis, es decir alucinaciones auditivas o visuales, tengamos en cuenta que podríamos estar hablando de una experiencia parapsíquicas sin más. Insisto en que esto no es una ventaja sino un problema y que una persona con un cerebro disociado no tiene las habilidades cognitivas suficientes como para poder lidiar con esta situación de una forma normal y madura. Lo que vemos en la realidad es que estos trastornos (que, por más que entendamos que pueden ser experiencias parapsíquicas no dejan de ser trastornos) les traen mucho sufrimiento a las personas.



Otra de las consecuencias a largo plazo de la disociación, como ya hemos explicado en varias ocasiones, es que permitiría adoctrinar a las personas sobre cualquier tipo de idea, porque como vemos, el cerebro lógico está desconectado por completo y la mente acepta cualquier tipo de idea sin ningún tipo de filtro. Por eso encontramos que las personas que han sufrido traumas graves son más tendentes a pertenecer a movimientos radicales o a ismos sociales; son también más crédulos y más fácilmente manipulables. En alguna ocasión he hablado de cómo la disociación es la base sobre la que se puede llevar a cabo la programación mental de un individuo. El mejor ejemplo para explicar cómo funciona esta programación es el comportamiento de algunas mujeres supervivientes de abusos sexuales en la infancia. Uno de los efectos más tempranos del abuso es la hipersexualización de los menores. Al abusar del menor, el pederasta le «enseña» a realizar las actividades sexuales que él desea. El sistema nervioso del menor aún está en formación, lo que significa que tiene gran plasticidad para el aprendizaje. Además, las violaciones se viven en estado disociativo y por eso el menor queda «programado». Como resultado de esto, a lo largo de su vida, cuando ese menor se encuentre en situaciones similares y le muestren estímulos similares, repetirá de forma compulsiva lo que el pederasta le «enseñó». Muchos de estos menores, en particular las niñas, aprenden también a detectar el deseo sexual en un hombre a través de esta programación y de forma impulsiva irán a satisfacer ese deseo sin que el violador tenga que decirlo siquiera.

Las personas disociadas son también más tendentes a los desequilibrios emocionales. Esto último es fácil de entender con todo lo dicho aquí. Si sabemos que el cerebro lógico queda desconectado y que el sistema límbico -sede de las emociones- está hiperactivado, entenderemos que la persona traumatizada es más emocional que racional. La conjunción de estos dos problemas hace que aparezcan las partes disociadas, de las que ya hemos hablado. Si el nivel de disociación es grave y profundo ya no hablamos de partes disociadas sino de personalidad múltiple o TID (Trastorno de Identidad Disociativo).





Es decir, lo que estoy diciendo aquí es que el fenómeno de las partes disociadas es el mismo fenómeno que el de la personalidad múltiple; la diferencia es una cuestión de grados. Y no hay nada glamuroso en esto, hablamos de un problema grave que trae muchísimo sufrimiento y desregulación a las personas, es un trastorno que perturba gravemente, por eso es muy fácil detectar a los estafadores que se hacen pasar por personas con TID o con personalidad múltiple en internet. No hay desregulación, no hay trastorno y no hay sufrimiento.


Además de todo lo dicho, la desconexión de la corteza frontal provoca daños en las partes que gestionan las habilidades cognitivas, y por eso las personas disociadas pueden experimentar muchas dificultades para estudiar, leer o concentrarse. Pero más allá de no poder concentrarse, al estar desconectado el neocortex las funciones superiores de la mente no pueden integrar los recuerdos disociados del trauma, que seguirán su camino en el inconsciente de forma paralela a la vida normal. Por eso todas aquellas terapias que trabajen con la mente no sirven para tratar la disociación.


Decimos que los recuerdos disociados siguen su vida de forma paralela a lo consciente y es verdad. Que tú no recuerdes los eventos traumáticos no significa que no te afecten. Por ejemplo, una persona que haya sufrido violencias físicas en su niñez y que lo tenga todo disociado, puede tener un día la sensación auténtica en su cuerpo de estar siendo violentado en ese momento, lo que le puede llevar a sentir emociones muy fuertes que parecen venidas de la nada. Hemos explicado antes cómo se puede percibir un recuerdo sin imagen. La persona en esa situación puede sentir pánico o una rabia incontrolable o las ganas de ser violento a su vez, en este caso para defenderse, sin entender exactamente de qué se está defendiendo.


Este tipo de reacciones de la mente disociada pueden aparecer de repente o pueden no aparecer nunca. La medicación puede hacer que esto quede completamente anulado, pero, sobre todo a partir de cierta edad puede ir aumentando la probabilidad de que una persona empiece a tener este tipo de experiencias, que no son ni más ni menos que recuerdos disociados que están pujando por salir y hacerse conscientes en tu mente.


También puede ocurrir que la persona se exponga a un estímulo que, sin saberlo, le recuerde al trauma. Ahí su cuerpo puede reaccionar como reaccionaba en el momento en que estaba sufriendo el trauma, por ejemplo, congelándose o con una cascada de reacciones hormonales, sintiendo mucha adrenalina en brazos y piernas (reacción de lucha o huida), o sintiendo mucho calor repentino, o etc.


Con el tiempo y si el trauma no se reprocesa acabamos pagando una factura muy alta puesto que el trauma no cesa, sigue su desarrollo normal y acaba pudriendo el cerebro. De niños y adolescentes podemos no notarlo, y en eso se justifican muchos pederastas y personas violentas con los niños, porque cuando somos niños tenemos un cerebro tan flexible y moldeable que podemos acostumbrarnos, literalmente a cualquier situación de vida. Un menor puede no dar signos de nada de lo que le esté pasando, siempre decimos que los niños «normalizan» todo lo que les pasa, aunque sean situaciones insoportables. Los daños del trauma no se suelen notar hasta pasada la adolescencia y entrando en la veintena. El cerebro humano no termina de madurar hasta los 24 años aproximadamente, y esto está relacionado con la aparición de los primeros síntomas de un cerebro disociado y traumatizado. Parece que no es hasta que el cerebro está completamente maduro que los signos de trauma comienzan a mostrarse. Por ejemplo, los primeros síntomas de esquizofrenia aparecen en torno a los 21 años. En realidad la esquizofrenia no existe como tal, se trata solo de un conjunto de síntomas de trauma…


Pero más allá de estos trastornos más graves, podemos tener adultos que llevan una vida más o menos normal y un buen día comienzan a distraerse con mucha facilidad o no son capaces de recordar lo que acaban de hacer, pero además tienen otros síntomas que normalmente no se vinculan con lo psicológico, como por ejemplo, no tienen sensación táctil en los dedos al tocar superficies, o no son capaces de reconocer su propia cara en el espejo. Ya hemos visto que los sentidos sufren mucho con la disociación; estos ejemplos son una muestra de cómo esa disfunción sensorial permanece y se acrecienta con los años. Todo esto puede llegar a degenerar en una demencia con los años.


Otros comportamientos que vemos en personas disociadas por trauma están vinculados a la insensibilidad emocional. Al mismo tiempo que uno puede tener momentos de desequilibrio emocional, puedes tener también momentos en los que estás emocionalmente plano. Puedes conmoverte por una tontería o puedes quedarte impávido por algo grave. Hubo un tiempo en mi vida en que yo estaba muy traumatizada. Yo era de tipo agresivo y mi estado de disociación era tan grave que yo era completamente insensible a las necesidades de los demás. No me conmovía el dolor ajeno y estaba muy centrada en mí misma y solo en mí misma. Hable de esto un poco en la entrada sobre nociones erróneas sobre la psicopatía. La insensibilidad emocional de personas que están gravemente traumatizadas se puede confundir muy fácilmente con psicopatía.


La disociación como fenómeno protector


La disociación es sobre todo un fenómeno de defensa que viene a protegernos ante la posibilidad de la muerte. El problema es que a largo plazo nos puede traer graves problemas, como estamos viendo aquí. Aun así, el factor protector de la disociación va a permanecer invariable a lo largo de los años.


Una forma de protección de la disociación sería evitando que tengas recuerdos traumáticos cuando la persona que te causó esas experiencias esté viva todavía y cerca de ti. Inconscientemente tú sabes que esto puede ser peligroso y por eso no te permites a ti mismo recordar lo que esa persona te hizo. Así, encontramos que muchas personas que han sido víctimas de abusos sexuales infantiles no empiezan a recordar lo que les pasó hasta que muere el perpetrador, o bien hasta que se van lejos de él, dejan de tener contacto con esa persona y pasan a una situación de vida que les aporta una sensación de seguridad. Solo así el sistema se relajará y permitirá que los recuerdos afloren al consciente.


Otra forma en la que se expresa esta protección disociativa es, propiamente dicho, en el contexto de la terapia psicológica. Esto está vinculado con los diferentes niveles de profundidad de disociación que podemos encontrar, porque la disociación se organiza en niveles de profundidad. Puede darse una situación en la que una persona esté recordando ser víctima de violencia a manos de otra persona y es capaz de recordar toda la escena, pero la imagen se borra en aquellas partes que son más intolerables. Por ejemplo, si estás intentando integrar una violación, puedes recordar toda la escena a la perfección, sin llegar a percibir nada de lo que ocurre de cintura para abajo. Esa parte de tu cuerpo queda anestesiada y tú no llegas a percibir ni el movimiento, ni el dolor ni el contacto con la otra persona. Esto es un signo de que tu sistema aún te está protegiendo.


Llevándonos esto al extremo, encontramos casos de personas que a todas luces tienen un cerebro disociado pero que jamás han recordado qué fue lo que les dejó en ese estado.


Sea como sea, y a pesar del factor protector, la disociación traumática es un fenómeno que causa demasiados daños y que tendríamos que intentar evitar por todos los medios. Y cuando ya no es posible evitarlo deberíamos intentar integrar ese cerebro y eliminar la disociación de nuestras vidas para siempre y cuanto antes. La vida es mucho más rica cuando estás centrado y tienes un cerebro integrado. Debería ser el objetivo de vida de todas las personas con un cerebro disociado el de integrar sus traumas. Y así te lo deseo yo.


Puedes escuchar el podcast vinculado a esta entrada aquí.

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