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La exigencia de ser feliz

La búsqueda de la felicidad no produce ninguna satisfacción a las personas cuando se realiza de forma obligatoria.


Ser feliz se ha convertido en algo obligatorio y en algo que se les exige a las personas como si fuera, no ya el objetivo de sus vidas, sino una condición sine qua non para vivir en la Tierra.


La búsqueda de la felicidad no produce ninguna satisfacción a las personas desde el momento en que se ha convertido en algo que hay que hacer incluso si no te apetece. Esa búsqueda de algo que no sabemos qué es ni qué aspecto tiene no nos lleva a la felicidad, sino que nos causa muchas insatisfacciones al generar en nosotros el impulso de seguir buscando y buscando algo que no llega nunca. A la larga esta forma de ver la vida puede producir sentimientos de poca valía e incluso envidia o rabia, sobre todo cuando tendemos a pensar que otros lo han logrado, pero nosotros no.


Porque la filosofía que observa a los seres humanos como individuos condenados a ser felices a la fuerza está organizada de tal manera, y se publicita de tal forma, que al final a uno le queda la sensación de que “si no soy feliz es culpa mía, debo estar haciendo algo mal, porque el resto del mundo es feliz y yo no”, cuando ni siquiera eso es verdad.


Estas dos creencias, que nuestro objetivo en la vida es alcanzar la felicidad, y que todo el mundo es feliz menos yo, son dos ideas falaces que se han asentado en la sociedad moderna. El objetivo del ser humano en la vida no puede ser sencillamente el de ser feliz. Si este fuera nuestro objetivo, sin más, eso hablaría muy mal de la especie humana. Buscar la felicidad a toda costa y por encima de cualquier otra cosa es un objetivo irrealista, egocéntrico y egoísta.


Los seres humanos estamos aquí para ayudarnos unos a otros. Algunas personas ya han entendido que, de existir, la felicidad debe de ser algo muy similar a la satisfacción que se siente cuando estás haciendo algo por otra persona; cuando ayudas a otro a que viva mejor; a proporcionarle una salida; a que vean las cosas de otra forma o incluso a que consigan un sueño que parecía inalcanzable para ellos. Otros, sin embargo, no pueden dejar de vincular la felicidad al hedonismo y al placer personal. Si de verdad eso significa ser feliz, qué pobreza de espíritu la del ser humano.


Eso sin contar con que ser feliz ya no es un objetivo de vida sino una exigencia. Es casi obligatorio ser feliz y parecerlo. Hablar de la felicidad se hace normalmente a través un código universal que nos une a todos y que todos entendemos, y según el cual, cuando alguien te habla de la felicidad o te pregunta si eres feliz, ya tienes que saber de qué te están hablando y responder en consecuencia. Parece obligatorio conectar con la onda del discurso falaz de la felicidad como norma y responder de forma positiva, e incluso entrar en competición con tu interlocutor para demostrarle de alguna forma que tú ya lo has conseguido. Todo en la vida parece que debe ir centrado en buscar la felicidad a toda costa, y si no lo consigues parece que te faltara algo o sencillamente es que eres un fracasado, y de ahí las frustraciones de las que hablaba.


La filosofía de la felicidad nos ha maleducado y nos ha hecho confundir valores y objetivos en la vida. La mayoría de las personas que pasan sus vidas a la búsqueda de la felicidad ni siquiera saben en qué se materializaría. Es una quimera de la que han oído hablar, que luego se pintan en su mente de las formas más variadas. Un error muy común es cargar la responsabilidad de la felicidad propia sobre los hombros de otro, y de ahí que muchos pasen la vida buscando a ese alguien que tiene la misión de hacerlos felices a ellos, sin haber reparado en que nadie puede sacar de ti lo que tú no tengas dentro. Esta forma de verlo es otro signo de egoísmo, y de cómo la felicidad lo fomenta. Por supuesto, una vez alcanzada la felicidad, se sobreentiende que perdurará para siempre, puesto que ya no es solo una emoción, sino un estado del ser, algo perpetuo que, una vez que lo tocas, te transforma para siempre.



Caer en la trampa de concebir la felicidad como el objetivo primordial en nuestra vida solo nos genera sufrimiento y frustraciones, que nos podríamos evitar si mirásemos más hacia fuera, y no tanto hacia dentro de nosotros.


Sea como sea, la mayoría de los creyentes de esta nueva religión no han comprendido que la vida está compuesta de altibajos, que la felicidad es solo una emoción, y que sería mucho más productivo para todos abogar por el equilibrio emocional en lugar de seguir sosteniéndonos sobre una emoción que va y viene, como el resto de las emociones, y a la que no vas a poder secuestrar para siempre, por más que te empeñes.


Es sin duda meritorio querer desarrollarte en todo tu potencial y aprender a valerte en otras áreas de la vida en las que no eres un experto, pero si esto termina por convertirse en otra búsqueda quimérica que te genere insatisfacciones, quizás sea mejor tomárselo con calma e invertir tu tiempo en conocerte mejor a ti mismo. Quizás ese aprendizaje te traiga las satisfacciones que anhelas, puesto que conocer los límites personales es un ejercicio muy sano. No debemos caer en la trampa de pensar que si reconoces tus limitaciones es que tienes muy poca autoestima o que te has rendido o que no eres válido. Esto tampoco es cierto. De nuevo, todas estas ideas erróneas van vinculadas a la idea de la felicidad-a-toda-costa, y nos llevan por un terreno malsano.


Resumiendo, si lo que buscas es un estado de satisfacción permanente, el equilibrio emocional te llevará mucho más cerca de él que la búsqueda quimérica de la felicidad. No es desde las emociones, sino desde la reflexión, que llegamos a sentirnos satisfechos con nuestras vidas, porque solo desde ahí tomamos las mejores decisiones y aprendemos a resolver nuestros problemas.



Puedes escuchar el podcast vinculado a esta entrada aquí

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