Pierre Janet vs Sigmund Freud
Si algo ha dañado a la psicología desde sus inicios ha sido el intrusismo profesional; Freud es el mejor ejemplo de ello.

Hoy vamos a hacer una comparativa entre Freud y Pierre Janet, el médico que debería estar ocupando su lugar en el pensamiento colectivo como el que más ha ayudado a la salud mental de las personas. Esta es la historia de cómo un intruso le quitó el puesto a un profesional auténtico solo para lograr que la historia hablara de él.
No necesitamos explicar que Freud es considerado el padre del psicoanálisis. Aunque el psicoanálisis es un método que se utiliza en psiquiatría y no tiene nada que ver con la psicología, es innegable que este señor también ha tenido una influencia en esta última; mucha más influencia y mucho más negativa de la que a muchos les gustaría reconocer.
Freud y Janet eran contemporáneos en la época de los grandes descubrimientos y del desarrollo de la medicina. Los hombres ya le habían usurpado el puesto de cuidadoras a las mujeres y habían hecho de ello un oficio por el que cobraban. En nombre de este oficio y de la ciencia se permitían la libertad de experimentar con los cuerpos y la mente de sus pacientes, en particular de las mujeres.
No vamos a negar que la historia de la medicina en estos primeros años se caracteriza por una profunda misoginia y que todos los actores de esta primera etapa compartían la misma forma de considerar a las mujeres, esto es, como seres inferiores y como carnaza con la que poder experimentar sus invenciones. Era también la época de mayor auge de la eugenesia, según la cual unos seres humanos son de mejor calidad que otros y por lo tanto estos últimos pueden ser desechados sin miramientos. Al mismo tiempo, estos supuestos seres humanos inferiores podían ser, y eran, utilizados para practicar y experimentar con ellos cualquier nueva técnica médica, en particular todo lo concerniente a la esterilización del ser humano.
Este era el contexto en el que nos encontrábamos en aquellos años. Y a pesar de la brutalidad que dio nacimiento a la medicina moderna, algunos elementos de la clase médica sobresalieron por su ética, por la calidad de su trabajo y sus investigaciones, y los métodos terapéuticos que desarrollaron en base a esto. Uno de estos médicos sobresalientes fue Pierre Janet.

Pierre Janet fue un filósofo y médico francés nacido el 30 de mayo de 1859 en París. Observando a las mujeres enfermas de lo que entonces llamaban histeria, que hoy sabemos que eran comportamientos debidos al trauma, Janet elaboró unas teorías en las que hoy se basa la Psicología del Trauma. La palabra “histeria” viene de hystera, que significa útero en griego. Hay pocos términos en la medicina tan misóginos como este. Es increíble que aún sea utilizado por algunos.
Sea como sea, era un término que se usaba mucho entonces y que denotaba que la mujer tenía unos síntomas y unas enfermedades concretas por el hecho de ser mujer, que de alguna forma sus síntomas (de estrés postraumático) derivaban del hecho de tener un útero. Janet, aunque usaba los mismos términos, se atrevió a ir un poco más allá y supo ver que aquí había algo más.
La disociación
Janet hablaba en términos de “estrechamiento del campo de conciencia”, “disociación”, “amnesia”, y “trauma”. Estos son los términos que usamos hoy en la psicología del trauma. La disociación, de hecho, era central en su teoría. Janet se dio cuenta de que las experiencias traumáticas se disociaban y que no se “integraban” en el mundo experiencial y en el recuerdo de forma normal. Y cuando uso la palabra “integrar”, estoy usando las palabras textuales que él usaba en aquel entonces. Los psicólogos expertos en trauma seguimos usando hoy el término “integrar el trauma”, el mismo concepto que él utilizó.
No solo descubrió que había recuerdos que se disociaban, sino que describe perfectamente lo que pasa con esos recuerdos disociados: “Las fuertes impresiones psíquicas ligadas al trauma quedan, como medida de protección, desagregados del resto del psiquismo y llevan una vida propia en el subconsciente. Allí quedan fijados, cristalizados o congelados permaneciendo sin influencia de las funciones superiores de la consciencia capaces de corregir dicha impresión en un Yo que, por otro lado, sigue con su desarrollo evolutivo.” Esta sería una descripción perfecta de lo que ocurre con un recuerdo que ha quedado disociado. Las funciones superiores de la conciencia, es decir, todas aquellas de las que se encarga la corteza frontal, no pueden hacerse cargo de los recuerdos disociados. Por eso todas aquellas terapias que trabajen con la mente y sus funciones cognitivas no sirven para tratar la disociación.
Luego nos describe también cómo, muchas veces, esta disociación se expresa a través del cuerpo. Y esta es una de las cosas más importantes que se estudian en terapias que trabajan con el cuerpo, cómo la Psicoterapia Sensoriomotriz. Estas disciplinas nos enseñan que nuestro cuerpo muestra claramente todo el trauma disociado. Queda disociado y olvidado para la mente, pero no para el cuerpo. Como dice Bessel Van Der Kolk: El cuerpo lleva la cuenta. Janet se tomó la molestia incluso de describir muchos de los estados físicos que representaban los síntomas disociativos. Confeccionó listados de síntomas físicos que coincidían con diferentes traumas disociados.
Esta disociación, de la que muchos psicólogos de hoy ni siquiera han oído hablar, la descubrió Pierre Janet a finales del siglo XIX y primeros del XX. Janet describió así mismo la amnesia psicógena que sigue a la disociación, y el comportamiento de las víctimas al experimentar lo que hoy llamamos recuerdos semánticos, que él denominaba “ataques”. Estos son recuerdos que se sienten a lo largo del sistema nervioso, solo a nivel físico, pero sin un recuerdo visual en la mente. Provoca ataques de pánico, tensiones musculares, reacciones fisiológicas, etc. Para explicar estos comportamientos amnésicos Janet elaboró la teoría del Automatismo Psicológico total o parcial. Todo esto lo explicó en su libro L’état mental des hystériques, les accidents mentaux, de 1892.
A esto le siguió lo que Janet llamó “desdoblamiento de la personalidad”. Él se dio cuenta de que este desdoblamiento, que hoy denominamos TID (Trastorno de Identidad Disociativo) también tenía su origen en los traumas anteriores enterrados en el subconsciente. Finalmente, vinculó el trauma disociado con las distorsiones cognitivas que presentan las personas. Esto se traduce hoy día en las ideas fijas con respecto a sí mismos que padecen aquellos que han sufrido traumas. Ejemplos de distorsiones cognitivas de una persona traumatizada puede ser “no le importo a nadie”; “no valgo para nada; “todo el mundo me rechaza”, o “merezco todo lo malo que me ocurre”.
El acto de triunfo
Janet también descubrió y describió perfectamente el acto de triunfo -otro término que le debemos a él: acto de triunfo-. Él mismo nos explica en sus anotaciones como la víctima reescenificaba en el presente la escena traumática pasada, como si estuviera ocurriendo en ese momento. Si la persona va buscando constantemente repetir la experiencia de trauma es porque percibe que necesita llevar a cabo este movimiento que le salve de la experiencia y poder así integrarlo de una vez. A menudo las mujeres se implican en situaciones difíciles o incluso peligrosas para ellas buscando un acto de triunfo sin saberlo. En realidad, una persona traumatizada no puede llevar a cabo este acto de triunfo desde una experiencia de peligro, pero eso el inconsciente no lo sabe y esta es una reacción inconsciente. En un escenario controlado (como puede ser una sesión terapéutica) la persona sí puede llegar a realizar ese acto de triunfo. La Psicoterapia Sensoriomotriz trabaja mucho con el acto de triunfo y los resultados en ese sentido son muy buenos. Y esto no es casualidad porque esta terapia está mayormente basada en los estudios de Janet.
Janet describió al detalle los trastornos que en psicología y medicina se llaman somatomorfos. Estos trastornos están descritos en medicina y en psicología, pero sin vincularlos con el psiquismo o con el trauma. Sin embargo, Janet lo tuvo claro desde el principio. Su experimentación muestra perfectamente la vinculación entre el trauma y este tipo de trastornos. Lo mismo se puede decir de los trastornos disociativos, que hoy conforman una clasificación completa de trastornos en el DSM y el CIE, que al final no sirven para ayudar a la gente, puesto que solo son descriptivos y que, obviamente, no vinculan con el trauma. Los trastornos somatomorfos se caracterizan por molestias diversas, difusas, que no se pueden explicar por la existencia de enfermedades físicas. Suelen ir acompañadas de molestias psicológicas o emocionales. La fibromialgia sería una de estas enfermedades o trastornos somatomorfos, pero hay muchas otras.
Janet va tan al detalle que describe síntomas que para otros pasarían desapercibidos. Por ejemplo, una sensación de globo en la garganta, como una bola, que se queda atascada y que dificulta el habla. En trauma vemos muchas veces que cuando una persona tiene este síntoma es porque su acto de triunfo en realidad no es un movimiento físico, sino que es la expresión verbal de una o varias palabras, normalmente la palabra NO. Así lo explica también Janet, que nos dice que "ante el intento de la expresión verbal la palabra queda atascada y de ahí la sensación física que siente la víctima".
Y es que la aportación de Janet sería imprescindible también para la medicina, no solo para la psicología. Pero como sabemos la medicina está totalmente prostituida a las empresas farmacéuticas y no les interesa saber que muchas de las enfermedades que ellos intentan tratar con medicamentos en realidad son afecciones vinculadas al trauma que se podrían arreglar con la terapia correcta. Aquí no hay excusas porque este conocimiento lo dejó por escrito Janet a principios del siglo pasado y no hay ninguna explicación lógica por la que se hayan ignorado sus descubrimientos durante toda la historia de la medicina.
Creación de una terapia eficaz
En los libros Les médications psychologiques de 1919, y La médecine psychologique de 1923 Janet describe los principios terapéuticos de una terapia real para curar a estas mujeres. Se basan en lo que él llamaba sus teorías energéticas, usando la hipnosis para “buscar y modificar los recuerdos
patológicos”. En pocas palabras, se adelantó 60 años a la psicología del trauma actual, creando una técnica que después copiarían muchos otros, entre ellos Francine Shapiro, supuesta inventora de la técnica EMDR. Hay que aclarar que los movimientos oculares que generamos con la guía de los dedos en EMDR son los mismos movimientos que generaban los hipnotistas como Janet ayudándose de un péndulo en aquellos años. Y el estado al que llega el paciente con EMDR es el mismo al que llegamos con la hipnosis, esto es, un estado alterado de conciencia, una disociación artificial provocada a propósito.
Y es que Janet era un auténtico científico, anotaba sus observaciones de manera minuciosa, llevando un registro de todo lo que veía, aunque no cuadrara con sus teorías iniciales. Esto le llevó a la creación de un cuerpo de investigación importantísimo que obtuvo de pacientes particularmente traumatizadas, cuyas experiencias de vida constituían un material muy valioso para cualquiera que quisiera estudiar el trauma. Trabajaba con las mujeres desahuciadas de la sociedad, aquellas Misérables que tan bien nos describió Victor Hugo. Gracias a esta sistematización en su método, consiguió detectar patrones de síntomas y fenómenos corporales vinculados al trauma. Y de esa forma, y a pesar de que la historia lo ha ignorado escandalosamente, Janet escribió casi treinta libros.

Veamos ahora qué ha aportado Freud:
La teoría del subconsciente
A pesar de que la teoría del subconsciente se le atribuye a Freud, la verdad es que ni siquiera esto, la punta de lanza del trabajo freudiano, se la debemos a él. La existencia del subconsciente y del procesamiento inconsciente ha estado con nosotros desde hace siglos y en la época de Freud ya se conocía de sobra. Freud sencillamente lo copió de otros sin molestarse en citar a los autores que lo habían descrito antes que él, algo que parece que hacía a menudo (Crews, 2017). Nos han hablado del subconsciente de una forma o de otra el médico griego Galeno (129-201 a.n.e.); el filósofo romano Plotino (204-270 a.n.e.); el filósofo San Agustín (354-430); Santo Tomás de Aquino (1224-1274); el médico Paracelso (1493-1541), y muchos otros antes que Freud (Whyte, 1978).
Aceptar la existencia de un mundo subconsciente y de cosas que ocurren en él independientemente de la mente consciente no significa ser freudiano ni seguir las teorías freudianas. ¿Cómo podría hacerlo si la teoría no es suya? Aceptar que la disociación existe y que los recuerdos disociados van a parar al subconsciente tiene más que ver con la ciencia de calidad que practicaba Janet que con la especulación sin fin de Freud.
Ausencia de método
Al contrario que Janet, Freud era

poco metódico en su trabajo; no hacía el seguimiento apropiado; criticaba las conclusiones prematuras alcanzadas por otros, pero nunca comprobaba ninguna de sus propias hipótesis de forma científica; era vago y reacio a reunir pruebas suficientes para confirmar hipótesis; nunca admitía que se podía haber equivocado en sus diagnósticos, y generalizaba a partir de casos únicos, incluso usándose a sí mismo como el caso único. En uno de sus primeros artículos, “Sobre la coca”, demostró un conocimiento pobre, omitió referencias cruciales, citó referencias de otra bibliografía sin leerlas y cometió errores de principiante, como poner los nombres, la fechas, los títulos y los lugares de publicación de forma incorrecta. (Crews, 2017). Cualquiera que haya hecho un trabajo académico de investigación entiende lo importantes que son las referencias. Esta forma de trabajar de Freud es chapucera, más propia de un estudiante sin experiencia, que de un hombre que se quiere considerar un erudito.
Freud no solamente no era un científico, es que además plagiaba siempre que podía. No es nuevo para nadie que Freud tomaba prestadas ideas de sus rivales y luego las firmaba como propias. El propio Pierre Janet lo denunció por esta razón. Si un expaciente mejoraba después de dejar su tratamiento, se atribuía el mérito, incluso si ya estaba con otro médico. Iba inventando cosas a medida que avanzaba, cambiando constantemente sus teorías y sus supuestos métodos, pero sin hacer ningún progreso real hacia un tratamiento exitoso. De hecho, nunca creó ningún tratamiento exitoso.
Este tipo de comportamiento solo se entiende cuando miramos al individuo desde la perspectiva correcta. Estamos hablando de un sujeto con mucha hambre de fama, capaz de cualquier cosa por ganarse un espacio en las enciclopedias de historia. Era un cínico que no sentía la más mínima compasión por sus pacientes, que despreciaba a la mayoría de las personas, especialmente a las de las clases humildes porque era clasista, y que no respetaba la confidencialidad del paciente. Era un misógino que creía que las mujeres eran biológicamente inferiores. No por nada trataba a su mujer de forma despreciable.
La interpretación de los sueños
Los astrónomos se niegan a que la astrología sea considerada una ciencia. También a que la gente confunda astronomía con astrología y nos dejan siempre muy claro que la astrología es charlatanería mientras que la astronomía es una ciencia. De la misma forma, frente a la psicología del trauma, la interpretación de los sueños es pura charlatanería. A ningún profesional serio de la salud mental se le ocurriría preguntarle a un paciente sobre sus sueños para poder diagnosticarlo o tratarlo apropiadamente. Y ya sé que muchos psiquiatras hoy día siguen haciéndolo, pero insisto en que hablo de profesionales de la salud mental.
Interpretar sueños es una tomadura de pelo, algo que no tiene nada que ver con hacer terapia. Lógicamente, tampoco tiene nada que ver con la ciencia, con el método científico, con la medicina o con ninguna otra disciplina creada para ayudar a las personas, sobre todo si lo dejamos en manos de una persona egocéntrica e ignorante.
La interpretación de los sueños es solo eso, una interpretación personal y subjetiva de lo que alguien piensa que te está pasando. Cierto es que las personas traumatizadas pueden llegar a tener pesadillas que en realidad son recuerdos disociados, pero, aunque hubiera sido el caso, Freud hubiera ignorado estos hechos y hubiera seguido especulando e interpretando. Si a esto le unimos la obsesión patológica que Freud tenía por el sexo, tenemos la fórmula perfecta para desacreditar a sus pacientes que habían sufrido abuso sexual en la infancia, o para declararlas culpables de los abusos sufridos, o incluso para negar que aquello fueran abusos, afirmando que las mujeres desean que sus padres las violen. Y aquí no nos estamos inventando nada: estos argumentos son centrales en la basura freudiana.
El ejemplo de Freud es una oda a todos aquellos que luchan por el éxito, desmereciendo el mérito. Cómo muy bien dijo el escritor Victo Hugo: “Es una cosa bastante repugnante el éxito, su falsa semejanza con el mérito engaña a los hombres”.
Su adicción a la cocaína
Freud era cocainómano. Tomaba cocaína para las migrañas, para la indigestión, para la depresión, etc., y no solo eso, es que además era un producto que usaba en consulta. Utilizó cocaína para tratar la adicción a la morfina de un paciente y aquel pobre se volvió tan adicto a la cocaína como a la morfina. Por supuesto, muy en su línea, se atrevió a afirmar que el tratamiento había tenido éxito.
La adicción de Freud a la cocaína nos importa, no porque queramos cotillear sobre su vida privada, sino porque una persona que se dedica a tratar psicológica o médicamente a otras tiene que ser suficientemente responsable como para saber que él mismo tiene que estar bien para tratar a otros. ¿Se pondría el lector en las manos de un médico o de un psicólogo que tuviera una adicción a la cocaína? Una mínima reflexión sobre esta cuestión nos lleva a la conclusión de que este señor estaba totalmente incapacitado para tratar a otros en consulta. Cualquiera que haya tratado alguna vez con un cocainómano entiende el efecto que esta droga produce en su comportamiento. La cocaína hace que tengas estados alterados de conciencia de gran excitación seguidos de estados de ansiedad, o incluso rabia o agresividad ante el craving, es decir cuando falta la droga. Debemos cuestionarnos en qué estado se encontraba Freud cuando veía a sus pacientes en consulta: ¿Se encontraba en estado de craving o se encontraba en estado eufórico? ¿Qué ocurre cuando a un hombre misógino, en pleno subidón de cocaína le ponen a su disposición a una mujer enferma a la que desprecia y le dan permiso para que la trate médicamente o para que la diagnostique?
Quizás este dato nos dé una pista de qué es lo que hacía con esas mujeres: a menudo las derivaba a un ginecólogo que trataba a las mujeres “histéricas” con procedimientos quirúrgicos como la histerectomía y la escisión del clítoris.
El daño a la infancia
Por si fuera poco todo esto, y vinculando con todo lo anterior, a Freud le debemos muchos de los argumentos que hoy día utilizan los pederastas para justificar sus actos. Al comienzo de su trabajo, Freud se dio cuenta de que muchas de sus pacientes eran víctimas de abusos sexuales en la infancia, y comenzó a investigar esto porque le llamó la atención que hubiera tantas víctimas. Pero finalmente dejó de mover por ahí, porque descubrió que su propio padre era uno de los acusados por algunas mujeres. En una carta suya que salió a la luz hace años, él mismo declaró que “mi propio padre era uno de esos pervertidos, y es responsable de la histeria de mi hermano, y de la de varias de mis hermanas pequeñas” (nótese que aquí, indirectamente Freud está vinculando el trauma de los abusos a la histeria y a sus síntomas). Entonces cambió de argumento sobre los abusos sexuales y comenzó a inventarse argumentos en contra de las víctimas que todavía hoy utilizan los pederastas como, por ejemplo, que los niños seducen a los adultos, que los abusos no causan daños al menor o que los niños se inventan los abusos. La idea básica de que un niño es capaz de seducir a un adulto porque lo desea se la debemos a Freud. No podemos dejar de subrayar lo muy peligrosas que han resultado las ideas de Freud para la infancia en todo el mundo hasta el día de hoy.

Conclusiones
Pero vayamos al grano: más allá de las teorías de cada cual y que lo que cada uno crea o lo que cada uno quiera defender (sobre todo si tu salario o tu sillón de decano depende de ello), lo que importa aquí es el efecto que las diferentes teorías tienen sobre el bienestar de las personas, ya sea a nivel médico o a nivel psicológico. Y si pudiéramos poner en una balanza la utilidad del trabajo de Janet y la utilidad del trabajo de Freud con respecto al bien que le hace cada uno a las personas enfermas y traumatizadas, entonces no hay color, gana Janet por goleada. Y eso es lo que nos tiene que importar a médicos y psicólogos: cuáles son las fórmulas que funcionan, con las que podemos ayudar a la gente de verdad. Porque estamos aquí para ayudar a la gente, y cuando tienes una fórmula poderosa para ayudar a las personas es tu responsabilidad descartar todas aquellas otras fórmulas mediocres, ultrapasadas o inútiles que ya sabemos que no sirven.
Muchos de nosotros podemos comprobar en la práctica clínica los efectos del psicoanálisis y los efectos de las técnicas neuroreprocesadoras de trauma, es decir, tratar a una persona como nos enseñó Freud o tratarle como nos enseñó Janet. A veces aparece una persona en consulta que ha sido paciente de psicoanálisis durante años, y antes de poder empezar a tratar a esa persona sus traumas, uno primero tiene que eliminar de la mente de esa pobre víctima los efectos que el psicoanálisis han causado en él. El paciente de psicoanálisis tiene una tendencia a la verborrea, a divagar sin descanso durante horas sobre asuntos irrelevantes que no le llevan a ninguna parte; de una forma que no le ayuda a mejorar en sus síntomas; que le agota, que le hace perder el tiempo y la energía y que desgasta sus propias habilidades cognitivas. El estado en el que llegan a veces las víctimas del psicoanálisis a una consulta de psicología es dramático.
Eso sin contar las graves adicciones a las drogas farmacéuticas que traen consigo indefectiblemente. Y es que el psiquiatra es médico, y ese es el trabajo del médico hoy día, extender recetas, tanto si aquello sirve para curar como si no sirve para nada.
Muchos psiquiatras (y muchos psicólogos también) se atreven a cuestionar las técnicas neuroreprocesadoras porque no entienden cómo funcionan, porque los mecanismos del funcionamiento de estas técnicas aún no están resueltos. Lo irónico aquí es que el psiquiatra medica porque no sabe qué más hacer con sus pacientes. El psicoanálisis no sirve para resolver el trauma (ni nada), y por eso los psiquiatras se ven a obligados a medicar. Y no es que la medicación resuelva nada, solo encubre los síntomas y condena a las personas a la drogadicción. De forma que estos médicos se atreven a cuestionar una fórmula que funciona cuando ellos no tienen ni han tenido nunca una fórmula que funcione. Este es el descaro con el que los intrusos se atreven a dirigirse a los profesionales.
Elegir una técnica que funciona frente a otra que no ha funcionado nunca no es una cuestión de elección que dependa de las creencias o de las preferencias de cada médico o de cada psicólogo. Es una cuestión de ética profesional y de responsabilidad, los dos valores fundamentales sobre los cuales se tendría que basar el trabajo de aquellos que se dedican a hacer asistencia. No es una cuestión de preferencias sino de funcionalidad y de eficiencia. En pocas palabras, no podemos permitirnos el lujo de seguir ciegos a la evidencia.
En un mundo dominado por la nueva religión, la ciencia, es curioso que sigamos a expensas de un señor y de una teoría que están en las antípodas del pensamiento científico. No hay nada tan anticientífico como el psicoanálisis. Si hay una especialidad que debería ser expulsada de la Academia como seudociencia, esa es la psiquiatría.
En su libro The making of an illusion, Frederick Crews recopila documentación que confirma que Freud era consciente de estar cometiendo fraudes científicos y terapéuticos en su práctica y aun así se le ha encumbrado como si su trabajo valiera de algo. Esta es la historia de un farsante al cual la Comunidad Científica al completo le hace la ola.
Aquí hemos visto cómo diferentes teorías pueden nacer y desarrollarse en el mismo momento histórico. Por alguna razón las que se hacen más famosas son las que más daño hacen, y las que podrían ayudar de verdad se apagan y se entierran en la historia. Debemos empezar a preguntarnos cómo es posible que los grandes hombres acaben quedando eclipsados por charlatanes e intrusos de todo tipo, y no estaría mal comenzar a depurar responsabilidades por este engaño masivo del que estamos siendo víctimas todavía hoy.
Llegados a este punto en la historia y con todo lo que sabemos, en el año 2021 podemos afirmar que las críticas a Freud tienen unos fundamentos que ya son innegables. Podemos, pues, despertar de una vez de la farsa Freud. Podemos pasar página y comenzar a hacer terapia de una forma seria y profesional, ocupándonos de verdad de los problemas de la gente, con espíritu asistencial y con el conocimiento en la materia que las personas consideran que tenemos, o que deberíamos tener. Seamos serios; dejemos de fallarles a las personas traumatizadas.
Puedes escuchar el podcast correspondiente a esta entrada aquí.
Referencias
Crews, F. (2017). Freud: The making of an illusion. Nueva York: Metropolitan Books.
Janet, P. (1892). L’état mental des hystériques, les accidents mentaux. Paris: Rueff et cie.
Janet, P. (1919). Les médications psychologiques. Paris: L'Harmattan.
Janet, P. (1920). The major symptoms of hysteria: fifteen lectures given in the Medical School of Harvard University. Nueva York: The Macmillan Co.
Janet, P. (1923). La médecine psychologique. Paris: L'Harmattan.
Van der Hart, O., & Friedman, B. (1989). A Reader’s Guide To Pierre Janet: A Neglected Intellectual Heritage. Dissociation, 2(1), 3-16.
Whyte, L. L. (1978). The unconscious before Freud. Nueva York: St. Martin's Press.