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Serie Manipulación a la Población: Cómo hemos llegado a este punto

Para muchos de nosotros es inexplicable la falta de resistencia de la población mundial a la dictadura encubierta que ha llegado con la farsa covid. Aquí explicamos qué ha ocurrido.



Todas las personas somos susceptibles de ser manipulados. El psiquismo humano es muy frágil y nuestro modo de funcionamiento psicológico es muy conocido desde hace tiempo. En ese sentido, el desarrollo de la psicología no ha servido para arreglar los problemas de la gente, pero sí ha servido para aprender a manipular a la gente.


Hoy vamos a hablar de algunas técnicas de manipulación que se usan para robotizar a las personas y hacer de ellas seres obedientes sin ningún espíritu crítico. Pero para entender cómo es posible que todas estas técnicas tengan un resultado tan sorprendentemente bueno, primero hay que hablar del estado mental en el que se lleva a cabo esa manipulación. Es decir, hay que hablar de trauma.


Preparando el escenario


Como ya explicamos en el entrada sobre la psicología del trauma, el trauma no es algo residual que ocurra solo a unas pocas personas bajo experiencias muy duras, sino que forma parte de la vida humana. Existen miles de experiencias que nos pueden dejar traumatizados. Y puesto que la psicología está a años luz de las exigencias del trauma, la mayoría de las personas traumatizadas nunca lo integran. Llamamos integrar el trauma (o reprocesarlo) a curarlo psicológicamente. El trauma no reprocesado puede causar Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT), que se caracteriza por diferentes síntomas. Uno de estos síntomas más recurrentes es la disociación. Un cerebro disociado es un cerebro que no puede realizar sus funciones correctamente. Es un cerebro donde las partes emocional e instintiva (el cerebro de la supervivencia) están muy activadas, pero el cerebro lógico y racional está apagado.


Esta disfunción cerebral causada por la disociación es una de las causas de la inmadurez cada vez más frecuente en poblaciones de adultos. Es fácil deducir que la disociación genera también un desequilibrio emocional, claro; si tu parte emocional está funcionando de forma desmedida y no hay un cerebro racional que controle esas emociones, es normal que aparezcan desequilibrios. Y con estos desequilibrios vienen, lógicamente, las partes disociadas.


​Podemos saber si tenemos un cerebro disociado si nos distraemos con mucha facilidad, si estamos todo el día en las nubes y nos cuesta concentrarnos, si no somos capaces de recordar lo que acabamos de hacer; o en casos extremos, si no tenemos sensación táctil en los dedos al tocar superficies u objetos o si no somos capaces a reconocer nuestra propia cara en el espejo.


Dejar un cerebro en estado disociado no es tan difícil. Basta con vivir enchufado a la pantalla como ocurre en el mundo actual. Las últimas generaciones de niños ya han nacido y crecido consumiendo pantalla varias horas al día. Si tenemos en cuenta la cantidad de violencia física, violencia sexual, pornografía y conflicto que aparece en esas pantallas y que los menores consumen, comprenderemos que pueden llegar a tener un nivel de trauma importante antes de llegar a los diez años. Cuando estamos ante una pantalla entramos en ondas alfa, que es el estado cerebral ideal para la hipnosis. Por eso la pantalla tiene este efecto tan profundo y persistente en nosotros.




Eso sin contar con las situaciones que los menores viven en sus casas. El divorcio suele ser traumático para los niños y un gran porcentaje de los matrimonios acaban en divorcio. A partir de ahí las vidas de los niños pueden ser más o menos desordenadas, conflictivas o incluso peligrosas. Y la victimización no ocurre solo de niños, también de adultos. La concusión de todo esto, y aunque resulte difícil creerlo, es que la mayor parte de la población humana actual está traumatizada. Es decir, disociada.


Una de las consecuencias más graves de la disociación es la de ser manipulable. El cerebro disociado es un cerebro sin filtros, donde la información pasa al subconsciente de forma automática sin barreras ni discernimiento alguno, en donde queda fijada de forma estable y duradera; todo lo que registramos en ese estado quedará grabado de forma subliminal y hará las veces de una programación mental, como al programar un ordenador.


Con todo lo dicho se entiende que el estado disociado es el estado más propicio para manipular a una persona o a un grupo. La población humana al completo tiene hoy día un nivel de trauma suficiente como para que inducirnos una idea concreta sea lo más fácil del mundo. Y eso es exactamente lo que ocurre.


Entra en acción el primado


El primado en psicología es un efecto que se consigue manipulando la familiaridad de los estímulos que reciben las personas. Es decir, cuando yo presento un estímulo a una persona sin un contexto determinado, a posteriori esa persona será capaz de recordar mejor ese estímulo incluso en contextos en los que no lo vincularía de forma natural. Al reconocerlo, la persona lo archiva en su memoria como algo familiar, y aquello que nos resulta familiar es menos amenazante y más susceptible de comprenderse como algo aceptable, incluso en los casos en los que el estímulo sea negativo. En un cerebro disociado esto tiene mucho más efecto que en un cerebro integrado.


Así, cuando nos quieren acostumbrar a una idea lo que hacen es exponernos a eso de forma subliminal usando el primado. Una de las formas más eficaces de exponernos a estímulos es, claro está, a través de la pantalla. En ese sentido y si nos centramos concretamente en el caso del supuesto virus Covid, hemos de reconocer que hemos estado expuestos a estímulos que han funcionado como primado desde hace décadas. Primero, en forma de películas catastrofistas en donde aparecía un virus de la nada que causaba estragos entre la población. En estas películas había siempre una forma de comportarse de los protagonistas que es transversal a todas ellas. Recuerdo que en las primeras semanas del teatro Covid miles de personas se lanzaron a los mercados a comprar comida y productos como si no hubiera mañana. Recuerdo las bromas que se hacían con respecto a la falta de papel higiénico en todos los mercados, algo inexplicable para muchos. Este comportamiento tiene una explicación muy sencilla en realidad: eso es lo que todas estas personas han visto hacer a esos protagonistas de película durante décadas. Todos hemos visto esas imágenes de góndolas vacías en los supermercados en todas esas películas. Son imágenes que se quedan grabadas en el subconsciente de los cerebros disociados de la población. Porque así de fácil es programar el cerebro de un ser humano.




Recuerdo también que en las primeras semanas de la farsa Covid pudimos ver en la televisión en España una de las películas más famosas sobre virus que asolan la humanidad. Esto, que se puede entender como una estrategia televisiva para ganar cuota de pantalla, también tiene un efecto en el cerebro programado. Refuerza la sensación de familiaridad imprimida con el primado inicial. Es un estímulo que refuerza la programación base.


Además de las películas que vemos en pantalla, en la vida real también nos hemos visto expuestos a otros virus mortales como el Ébola, la gripe A, o incluso el SIDA, que ahora muchos sospechan que fueron tan falsos como el Covid. Sea como sea, lo que sí podemos decir es que han servido como primado y como programación. De nuestra experiencia con estos otros virus aprendimos nuevo vocabulario como “asintomático”, una de las claves más importantes para que la dictadura Covid tenga sentido y se pueda implantar con facilidad.


Es como si todo lo acontecido durante las dos décadas anteriores al Covid hubiera hecho las veces de entrenamiento de algún tipo. Como cuando a la policía o a los bomberos los entrenan para reaccionar ante emergencias creando simulacros de crisis. ¿Podemos considerar la posibilidad de haber sido víctimas de simulacros de crisis a escala global durante los cuales se nos hayan adoctrinado para reaccionar de una forma concreta?


Observando la reacción de las personas en todo el mundo en el último año, creo que no sería demasiado descabellado afirmar que hemos sufrido un lavado cerebral masivo y global. Y está tan bien anclado que desafía incluso al sentido común más básico: aunque tu experiencia te diga que este virus es una simple gripe que no ha matado ni matará a más personas que cualquier otra gripe, actuarás como si de verdad fuera ese virus mortal que has visto en las películas. Porque para eso te han programado.


Hemos dejado de ver lo que tenemos delante para pasar a ver solo lo que nos dicen que vemos.



Pero no piensen que esto ha terminado. En el libro Un mundo feliz de Aldous Huxley, nos explican al detalle que la falta de oxígeno en el cerebro causa retraso mental, y lo muy útil que resulta para los que mandan en el mundo tener ejércitos de idiotas a sus órdenes. No nos quieren matar como piensan muchos. Podrían habernos matado hace mucho tiempo de forma fácil. Con un virus mortal, por ejemplo. Pero no lo necesitan, prefieren que estemos aquí, aunque idiotizados. Y es muy fácil crear un idiota con un movimiento tan sencillo como inducirlo a que lleve una mascarilla puesta todo el día y privarlo del oxígeno que necesita. Los niños de hoy, que se crían con mascarilla, son los idiotas del futuro a los que no les hará falta seguir adoctrinando con la pantalla; ya vendrán idiotizados de una infancia de trauma y de falta de oxígeno.


El caso español


A pesar de que la robotización es un fenómeno mundial, el caso de España es particular. Recibo contenido de internet donde se habla de las protestas que están surgiendo en diferentes partes del mundo a raíz de las disposiciones y leyes que se aprueban con respecto al supuesto Covid. Vemos vídeos de manifestaciones en países donde se amenaza con la obligatoriedad de la vacuna. Ninguno de estos vídeos se ha grabado en España; es decir, nadie está protestando masivamente en España en contra de la vacunación y parece que hay una gran proporción de españoles que ya se han vacunado sin oponer ninguna resistencia. Por lo menos eso es lo que nos quieren mostrar.


Sea como sea, la imagen que le queda a uno de España y los españoles es que no tenemos sangre en las venas. Aunque nos hayan dicho que ya podemos caminar por la calle sin mascarilla, la mayoría de las personas siguen llevándola puesta. El nivel de aborregamiento es de tal calibre que las personas enmascaradas son capaces de agredir físicamente a quien no cumpla las órdenes.


Isabel I de Castilla
Isabel I de Castilla

Aquí toca pararse a reflexionar qué ha pasado con España para que nos encontremos en esta situación. Históricamente España ha sido una nación muy temida por sus enemigos políticos por la gallardía de sus ciudadanos. España no fue el mayor imperio de la historia por casualidad. Nadie nos regaló nada, más bien al contrario. Entonces, ¿por qué no reaccionamos ante los atropellos ilegales que se cometen contra nosotros? La respuesta a esta pregunta está en todo lo explicado con respecto al trauma.


Las naciones tienen una personalidad particular. Al igual que los individuos, los grupos también tienen personalidad propia. La personalidad española ha sido siempre la de una nación trabajadora, cumplidora, valiente y generosa. Pero al igual que con los individuos, el trauma puede hacer que te cambie la personalidad. O, dicho de otro modo, que aquellos rasgos más salientes de tu personalidad queden enterrados, permitiendo que se expresen solo unos pocos vinculados con el trauma, como el miedo o la congelación. Una guerra civil y cuarenta años de dictadura cruenta han sido más que suficientes para dejar una huella traumática en el pueblo español, capaz de perdurar durante generaciones porvenir. La historia reciente española le ha hecho el mismo efecto a la personalidad de nuestra nación que los abusos sexuales pueden hacerle a cualquier menor; la han dejado paralizada por el miedo, disociada, fraccionada en partes disociadas emocionalmente desequilibradas que están peleadas las unas con otras, y victimizada. Y una de las características que encontramos en las víctimas de agresiones interpersonales es que tienden a la autodestrucción. Así mismo tienden a destruir a otras víctimas a su alrededor, al mismo tiempo que encubren o protegen al victimario. Así, España como víctima tiende a destruirse a sí misma en una guerra civil que aún no ha terminado, donde los conciudadanos se destrozan unos a otros. Al mismo tiempo protegemos y encubrimos a los victimarios, que ahora toman la forma de políticos y de “autoridades sanitarias” o de otra índole. Que al final, lo que importa de la expresión “autoridades sanitarias” es la parte que dice “autoridad”.


Por eso, mientras en otros países los ciudadanos son capaces de unirse unos con otros olvidando sus diferencias y teniendo muy claro quién es el auténtico enemigo, los españoles nos giramos hacia nosotros mismos y nos culpamos unos a otros, haciendo por los victimarios el trabajo sucio. Aquí no hace falta lanzar al ejército a la calle. Ni siquiera se aumentó el número de policías de servicio. Ya están los conciudadanos ahí para vigilarte y ejercer de custodios de la salud pública.


Pensemos sobre qué es lo que tiene España de particular que explique el empeño en destruirnos a toda costa. Personalmente creo que España podría marcar la diferencia en muchas cosas, pero para eso el pueblo español tendría que salir de la disociación colectiva en la que se encuentra.


Espero de todo corazón que eso ocurra algún día y que no sea demasiado tarde.



Puedes escuchar el podcast correspondiente a esta entrada aquí.

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