Por qué una víctima no puede ayudar a otra víctima
El sentido de la responsabilidad es básico e inapelable a la hora de asistir a otras personas.

Entender los motivos por los cuales una víctima no puede ayudar a otra víctima es algo importante, sobre todo para los psicólogos. De alguna forma las víctimas están limitadas en su oferta de ayudar a otras víctimas.
Muy a menudo cuando las personas son víctimas, mujeres y hombres, aunque sobre todo mujeres, tienen la tendencia de intentar dedicarse a la asistencia de otras víctimas. Hablamos aquí no tanto de víctimas de cosas como accidentes, enfermedades o fenómenos naturales; se trata de víctimas de violencia interpersonal dentro del contexto familiar, aunque también puede ser en otro contexto, como el trabajo.
Por un lado, es comprensible. Son personas que ha vivido situaciones difíciles y no quieren que a otras personas les toque vivir algo igual. Las victimas que quieren ayudar quieren impedir que otros sufran igual que ellos, no solo del hecho en sí, sino de todo lo que viene después.
Pero algo que hay que tener claro es que para poder asistir a los demás una persona primero debe ayudarse a sí misma. Esta es una condición sine qua non para poder hacer la asistencia.
Si un terapeuta que ha sufrido cualquier tipo de violencia está intentando asistir a otra persona y se da cuenta de que ambos han pasado por situaciones similares o han sufrido el mismo tipo de violencia, tarde o temprano quien está realizando esa asistencia va a terminar sufriendo una contratransferencia, porque aquello va a resonar con lo suyo.
Normalmente, cuando te dedicas a un trabajo asistencial, terminas atrayendo a tu consulta a personas que han sufrido lo mismo que tú, o cosas muy similares. Puede que incluso te anuncies como experto en ese tipo de problemática en concreto. Por otra parte, las personas generamos afinidad con otras personas iguales a nosotros. Atraemos a las personas similares.
Es normal que eso ocurra, así funciona el ser humano. En ese sentido es evidente que quienes fueron víctimas y ayuden a otras víctimas atraigan de algún modo a personas que han vivido situaciones similares a las suyas.
El buen psicólogo sabe que la buena intención no basta. La asistencia de calidad se compone a partes iguales de autoridad, equilibrio emocional y sentido de la responsabilidad.
Ahora bien, dentro del abanico del término terapeuta parece ser que cabe todo. Existen cursos de formación para psicólogos y luego cursos de formación para terapeutas en general. Y cuando uno está entre psicólogos, se percibe una sensatez, un sentido común y un equilibrio emocional que no se percibe cuando estás en un grupo de terapeutas.
Cuando el grueso del grupo son psicólogos hay un sentido común que flota en el ambiente, hay una madurez cerebral, una madurez del comportamiento, algo que indica que ahí hay cerebros pensantes. En la mayoría de los casos son personas que ya se han tratado. Se tratan a sí mismas durante, o antes de comenzar a ofrecer terapia. Se ve que son personas sensatas. Sin embargo, en el grupo de terapeutas sin más, los que no han estudiado la carrera de psicología, se percibe justo lo contrario, es decir, unos desequilibrios emocionales importantes. Mucha gente con problemas se acaba metiendo a terapeuta porque tienen un espíritu asistencial. Y eso les honra, pero luego no tienen el sentido común que hace falta como para tratarse lo suyo primero.
Aun así, aunque el mundo de los psicólogos esté mucho más equilibrado, no siempre es así. Esto es especialmente cierto en el área de los abusos sexuales en la infancia. Un punto común que tienen muchos supervivientes de violencias sexuales en la infancia es el querer ocuparse de otras personas. Y eso es generoso de su parte, pero no todo vale. Es verdad que cuando alguien ha sufrido ciertas cosas acaba convirtiéndose en un experto sin que le hayan enseñado, lo aprendes por tu propia experiencia. Pero luego hay muchas otras cosas que no se aprenden, porque no se comprenden o porque el trauma deja graves problemas cognitivos. A veces hay tanto trauma que tienen una visión distorsionada de la realidad.

La primera fase del trauma de la violencia intrafamiliar es la fase de la dependencia con el victimario. La dependencia emocional hace que las víctimas en esas familias no puedan ver la realidad tal como es y que acaben entendiendo mal el rol que cada uno juega dentro del clan. Y aunque una de estas víctimas sea psicóloga, eso no hará que salga de la dependencia con el victimario. También entienden mal, o no entienden en absoluto, el nivel de su propio trauma. Las víctimas tienden a minimizar lo que les ha pasado; el trauma causa un estado disociado tan profundo que la propia víctima no es capaz de darse cuenta hasta qué punto su trauma es enorme y que lo que le ha pasado es grave.
Esto pasa mucho, y en ese estado se encuentran muchas psicólogas, que, sin haber reprocesado sus traumas estudian la carrera de psicología y se ponen a hacer terapia. Muchas de estas psicólogas no han salido de la fase de la dependencia emocional para con el victimario, y si ellas mismas no han salido de esa fase de dependencia no van a poder ayudar a otro a que salga. Estar anclada en esa fase supone además que se van a llevar a la práctica una serie de creencias en consulta, además de una serie de actitudes, como el impulso de minimizarlo todo y de justificar al victimario del paciente.

Otra área en la que se ve rápidamente si la psicóloga aún está en una fase de dependencia es a la hora de poner límites. Las personas que han sufrido violencias intrafamiliares no saben poner límites. Es una de las razones que las llevan a sufrir revictimización de forma recurrente. Si su psicóloga no sabe poner límites, no podrá enseñarle a la víctima a hacerlo y eso puede reforzar la indefensión. De hecho, la primera que traspasará los límites de la víctima será la psicóloga.
Es cierto que muchos psicólogos justifican y le quitan hierro a comportamiento del victimario cuando este es el padre. También al comportamiento de la madre, cuando es la cómplice o encubridora. Siempre hay una justificación a mano para normalizar la violencia casera. Además de ser una actitud poco profesional, puede generar graves sentimientos de culpa en los pacientes, además, de nuevo, de la sensación de indefensión al no sentirse comprendido por el psicólogo, y puede aumentar el trauma.
Hay que tener en cuenta que decirles ciertas cosas a las víctimas puede suponer un grave peligro para ellas y sus hijos. A veces da la sensación de que la responsabilidad de los actos del victimario se le adjudique a la víctima. Otro grave error es infundir en las cabezas de las víctimas que sus padres los aman a pesar de las barbaridades que les han hecho.
A una víctima que ha sufrido cosas terribles a manos de sus padres no se le puede decir que sus padres todavía la aman, ni se les puede obligar a que sigan manteniendo una relación con la familia cuando la familia es destructiva para ellos. Todo el mundo entiende que cuando los padres aman a sus hijos los corrigen sin traspasar límites en ningún sentido y no les hacen daño; es una cuestión de sentido común. Cuando los padres aman a sus hijos ni los violan ni encubren al pederasta; tampoco los abandonan, ni son negligentes con ellos, ni los maltratan.
Una persona sin el sentido de responsabilidad suficiente como para hacerse cargo de sus problemas no debería intentar ocuparse de otras personas. No basta con tener buena intención. La buena intención no reprocesa trauma ni ayuda con los trastornos mentales.
Algo que también sucede mucho con gente que hace terapia sin estar preparada de forma adecuada, es que pueden acabar hablando de sus propios problemas en medio de la sesión. Es del todo equivocado que un terapeuta se tome la libertad de interrumpir a la persona que recibe la terapia, para contarle que les ha sucedido algo similar. Si el psicólogo interrumpe a la persona para contarle que también le paso algo parecido, quien recibe la terapia puede no entender que esté pagando para que la persona que le atiende le cuente sus problemas. Se supone que los que hacen terapia ya se deberían haber ocupado de sus propios problemas…
Muchos argumentarán que eso ayuda a generar una buena relación entre el cliente y el terapeuta. No es verdad. En realidad, da una imagen terrible y poco profesional que el terapeuta o psicólogo interrumpa a la persona que atiende para contarle sobre sus problemas. Esto puede incluso aumentar la sensación de vulnerabilidad del paciente porque entiende que la persona que se está encargando de la terapia es débil y quienes van a buscar ayuda buscan a gente que sea más fuertes que ellos. Cuando buscas terapia, sobre todo si hay trauma, buscas a personas más fuertes que tú, que tengan las cosas claras y que puedan soportar el peso que tú llevas encima. Alguien que pueda cargar con tu dolor, tu trauma y tu trastorno, y que no se te derrita a las primeras de cambio.
Hay cosas relativas a la asistencia psicológica que se han ido perdiendo con el tiempo, como la autoridad del psicólogo y su fortaleza emocional. Quizás esto se deba a la intromisión de las pseudoterapias, o a la psicología positiva o todas esas corrientes modernas cuya base es la de vivir en la negación. Sea como sea, si no has sido capaz de solucionar tus problemas, no tienes autoridad para decirle a otras personas con problemas similares lo que deben hacer para solucionarlos.
Encontrarse con un terapeuta que aún tiene sus problemas, que incluso pueden ser iguales o peores a los que tiene el asistido, significa que ese terapeuta desconoce las técnicas y las terapias que sirven para solucionar esos problemas. Si conociera esas técnicas las habría aplicado en sí mismo y habría solucionado sus problemas. Así pues, si te encuentras con un psicólogo o terapeuta que aún da muestras de tener problemas mentales sin solucionar, sal corriendo. No solo estará demasiado débil como para ocuparse de lo tuyo, es que además está demostrando no tener el conocimiento que se necesita para ayudarse ni a sí mismo.
Los profesionales psicólogos se deben ocupar de lo suyo antes de poder trabajar con otros, además de adquirir autoridad y un sentido de responsabilidad mínimo para poder hacer asistencia de calidad. Seamos responsables.
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